El miedo a volar

El miedo a viajar en avión, o Aerofobia, es un trastorno de ansiedad, clasificado como una fobia especifica de tipo situacional, según el DSMV (Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría), que es el documento de referencia que sirve para comunicar entre los profesionales de la salud mental.

La aerofobia es problema muy frecuente en la población. Los datos americanos refieren que 10% de la población presenta un miedo intenso a volar y evita hacerlo, mientras que cerca del 15% vuela con un malestar importante; los fóbicos a volar pueden representar entre el 2,6 al 3,5%  de la población adulta. A nivel Europeo, se considera que 1 de cada 5 personas presentarían, por lo menos una ansiedad importante.

¿Cómo se presenta ésta fobia?

La aerofobia es un miedo intenso y persistente que es vivido como excesivo o irracional. El malestar aparece desde el momento en el que la persona piensa que tiene que subir a un avión (anticipación) o cuando tiene que subirse a un avión. Entre los temores que expresan las personas que sufren de aerofobia encontramos: el miedo de tener un accidente y morir en él, la sensación de sentirse encerrado en un sitio muy pequeño (claustrofobia), miedo a sentir la inestabilidad del avión (en las turbulencias), miedo a la altura a la que se encuentra el avión, el hecho de no tener el control o miedo a las sensaciones (ex: tener un ataque de pánico durante el vuelo y no saber cómo reaccionar)….
Para enfrentarse a esta situación, los fóbicos a volar suelen adoptar una serie de estrategias como: evitar totalmente de volar (viajan en tren o en coche, aunque tengan que hacer viajes muy largos y lleguen agotados a su destino);  evitar todo aquello que les recuerde los aviones (en los casos más graves evitan hasta pasar cerca al aeropuerto), o viajan tomando alcohol o tranquilizantes para poder soportar el vuelo, o se ponen a hablar con otras personas (incluso desconocidas) o no decir nada hasta aterrizar,…. Entre las variables que afectan a la intensidad del miedo se pueden mencionar el tamaño y el tipo de avión (en algunos casos el avión más pequeño genera mayor malestar y en otros la situación inversa), la aparición de turbulencias, los ruidos del avión, las condiciones atmosféricas (sol, lluvia,…), momento del día (día o noche), estación del año, retrasos diversos, localización del asiento, momento de despegue y aterrizaje, duración del vuelo, compañía de una persona de confianza,… etc.

¿Cuál es el origen de la Aerofobia?

No podemos decir que haya un único factor que esté al origen de la aerofobia, sin embargo, observando los diferentes casos que recibimos en psicoterapia, los psicólogos podemos hablar de tres grandes categorías de personas que desarrollarían la fobia a volar: Los “terrestres”, los “decisores” y los “ansiosos”.

1.       Los “terrestres”, son personas acostumbradas “a estar lo más cerca a la tierra” y se sienten más seguras cuando hacen todo en tierra (van en coche, tren,…), cuando éstos entran a un universo aéreo (desconocido o inhabitual) pueden estresarse de manera muy importante.

2.       Las personas “decisoras”, acostumbradas a tener “el control” o “estar en la acción” de las cosas que ocurren (generalmente son personas que están acostumbradas a dirigir equipos, a tener el control en el trabajo,… a solucionar los problemas en los lugares en los que se desenvuelven). Para ellos, estar en una situación donde “delegan” totalmente el control de la situación y que en caso de que hubiera un problema, estarían imposibilitados de intervenir para resolverlo, les puede provocar una inseguridad tal que desarrollan la fobia.

3.       Las personas “ansiosas”, entre las que podemos encontrar, a su vez, tres tipos de situaciones: a) las personas que viven con temores sobre otros aspectos de su vida (miedo a la muerte, al futuro, a las enfermedades,…),  para ellas, el miedo al avión es una situación más que puede ser objeto de angustia e inseguridad. b) Las personas que han vivido traumatismos (accidentes, viajes problemáticos o situaciones de estrés agudo,…), sea de manera directa (les haya ocurrido a ellos) o indirecta (hayan visto por TV, hayan conocido víctimas de accidentes,…). Esos hechos coincidiendo con momentos de cierta vulnerabilidad ocasional (sobrecarga de estrés, duelos, problemas de vida,…) puede constituir un estrés post traumático y finalmente,  c) Las personas que tienen otros tipos de fobias, como las claustrofobia (por estar confinado en una cabina), o agorafóbico (estar en el cielo,..),

Cómo se trata la fobia a volar?

Existen varias modalidades de tratamiento de éste problema, que van desde brindar información sobre el funcionamiento del avión hasta tratamientos psicoterapéuticos. El tratamiento más eficiente ha demostrado ser la psicoterapia cognitivo-conductual, que se realiza con un psicólogo especializado, quien realizará un diagnóstico para identificar los factores que están al origen de la aerofobia en ese paciente en concreto. Luego aplicará progresivamente y en función de las características de cada caso, una serie de técnicas de regulación emocional (para ayudar al paciente a controlar sus sensaciones fisiológicas y relajarse), técnicas cognitivas (para modificar sus pensamientos generadores de ansiedad y evitar amplificar sus miedos), y técnicas conductuales.

¿Está Ud. demasiado preocupado por su salud?

¿Le preocupa  frecuentemente la posibilidad de tener una enfermedad grave?,… Si escucha hablar de alguna enfermedad grave ¿se preocupa Ud. por la posibilidad de cogerla?,… ¿le cuesta creer a su médico cuando éste le dice que no tiene motivos para preocuparse?,… entonces, es probable que usted sufra de lo que comúnmente se conoce como Hipocondría.

La hipocondría es una preocupación o ansiedad excesiva por su propia salud. Los hipocondríacos son, por lo general, personas ansiosas que viven constantemente preocupadas por el miedo “anticipatorio” (pero estando casi convencidas) de tener una enfermedad grave (Cáncer, Sida, Infarto, Ictus,…) y permanecen vigilantes de cualquier cambio en su cuerpo. Se comportan prácticamente como si tuvieran un “radar” en la mente, tratando de identificar cualquier cambio en su cuerpo (un lunar, una mancha, una ligera deformación,…) o sensación (un pinchazo en el pecho, palpitaciones, hormigueo de las manos, dificultad a deglutir,…), y las interpretan, (erróneamente) como signos de  la enfermedad que temen, lo que las sume en una crisis de ansiedad importante, que puede ser agravada por sus pensamientos catastróficos sobre la evolución grave de la enfermedad, la muerte,… y puede llevarles a sufrir un ataque de pánico, y acudir al hospital en emergencia, donde reciben una medicación ansiolítica que le ayuda a calmar momentáneamente su crisis de ansiedad, pero que a la larga no le cura.

La Hipocondría es un trastorno de complejo abordaje y clasificación. Durante muchos años los especialistas debatían sobre si era una enfermedad médica reconocida o era una consecuencia de los trastornos de la ansiedad. Actualmente el sistema de referencia que utilizamos los profesionales de la salud mental para comunicar, el DSM-V, (Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales, elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría), ha dividido la Hipocondría en dos: Trastorno de Ansiedad por Enfermedad y Trastorno de Síntomas Somáticos), pero que en esencia es el mismo problema que conocemos todos.

No se sabe de dónde viene la Hipocondría (existen varias teorías que sería tedioso explicarlas en este artículo),  pero podemos decir que se mantiene por una serie de rituales compulsivos. La persona hipocondriaca está continuamente verificando sus sensaciones “raras” (en función de la enfermedad que cree tener: se mira continuamente en el espejo, pregunta a su entorno, se mide la tensión, traga continuamente la saliva para ver si tiene la deformación que espera,….). Asimismo, busca a asegurarse leyendo revistas de salud, consultando diccionarios médicos, internet, haciendo múltiples preguntas a su entorno,… en algunas ocasiones pueden calmarse momentáneamente con esa información, y en otras veces entran en una “crisis” de ansiedad. Luego, realizan una serie de consultas médicas, buscando siempre opiniones de diferentes especialistas y pasando múltiples exámenes (incluso corriendo riesgos innecesarios), sin que puedan encontrar indicios reales de la enfermedad. Cuando reciben la información de estar en buena salud, tiene dificultades a admitirla; llegando, en los casos más graves, a imaginar que le esconden los resultados, que los médicos son incompetentes, o que se han confabulado con la familia,… y siguen su búsqueda incesante. Cabe señalar, que aunque en menor medida, existe otro tipo de hipocondriacos que por miedo a los resultados se hacen prescribir los múltiples exámenes, pero no llegan a hacerlo.

La vida con una persona hipocondriaca es bastante difícil para el entorno familiar, porque es prácticamente imposible calmarle pues está constantemente focalizada en su enfermedad. Finalmente, si Ud. se reconoce en la descripción que hemos dado aquí, o tiene en su entorno cercano alguien que sufre de Hipocondría, puede ayudarle siendo amable y respetuoso de su problema, pero sin participar en sus verificaciones. Por otro lado,  convenciéndole de buscar un tratamiento psicoterapéutico (con un psicólogo-psicoterapeuta de tipo Cognitivo Conductual) y para los casos de mayor gravedad, combinado con un tratamiento farmacológico (medicación antidepresiva ordenada por un psiquiatra), que es el tipo de intervención que ha mostrado mayor eficiencia en la solución de este problema.


Liberarse de sus miedos y retomar el control de su vida.

El miedo es una emoción que todos conocemos y que tiene como  función (al igual que el dolor) el protegernos del peligro, por lo que diríamos que es un miedo “adaptativo” (es en base a ésta reacción emocional que actuaremos ante el estímulo que tenemos delante: evitándolo, huyendo o atacando,…), porque la situación de riesgo lo amerita; sin embargo,  hay ocasiones en las que las personas desarrollan miedos a situaciones u objetos habitualmente inofensivos, que pueden sean reales (ver palomas, perros, gatos, arañas,…) o imaginarios (sentirse evaluado, pensar a contraer una enfermedad,…),   lo que les lleva a restringir de manera importante sus acciones en la vida cotidiana. Esos miedos son irracionales (la propia persona reconoce que es exagerada e incongruente, pero no puede dejar de sentir miedo), diríamos, entonces, que es un miedo “no adaptativo” o  fóbico.

Muchas personas soportan a diario sus fobias. Para ellas, las acciones simples de la vida cotidiana como conducir, cruzar un puente, estar rodeados de mucha gente en lugares abiertos o cerrados, ir a una fiesta, tener una entrevista de trabajo, rendir un examen, volar en avión, pedir la palabra en clase, hablar delante de un grupo, o simplemente pedir un servicio son vividos con un verdadero sufrimiento.

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), hay 250 tipos de fobias reconocidas y estudiadas, y aproximadamente un 7% de la población mundial padecería de algún tipo de fobia, de tipo simple o específico  (miedo a volar, a las arañas,…), mientras que 4% desarrollaría un tipo complejo, como la Agorafobia (con o sin ataques de pánico,…), o una fobia social (14% de adultos lo padecería). Sin embargo, en contraste con  la considerable incidencia de fobias en la población, pocos son los que buscan un tratamiento especializado para su problema, más bien organizan su vida para evitar el objeto de sus miedos, lo que hace que su problema se agrave aún más con el tiempo y las evitaciones que no hacen más que nutrir los miedos.

Estas son las fobias más frecuentes en la población:

-Fobia social (temor a ser mal juzgado, miedo a la mirada evaluadora del otro, por lo que la persona evita muchas interacciones sociales o las soporta con sufrimiento)

-Agorafobia (miedo a encontrarse en lugares abiertos y/o con mucha gente, donde cree que no podría recibir ayuda o escaparse si se sintiera mal). Esta fobia viene asociada, en muchos casos a ataques de pánico - crisis de angustia con muchos síntomas fisiológicos y miedo a morir, a volverse loco, sentimientos de irrealidad,…

-Aerofobia (miedo a volar en avión)

-Amaxofobia (miedo a conducir un coche)

-Aracnofobia (miedo a las arañas, por extensión miedo a otros insectos como cucarachas,..)

-Claustrofobia (miedo a encontrarse en lugares cerrados, la persona evita los ascensores, túneles, pruebas médicas como la resonancia magnética y otras pruebas que implican estar confinado en lugares o equipos estrechos.

-Acrofobia (sensación de vértigo y miedo cuando se está en lugares altos como balcones, miradores de edificios altos, precipicios,…)

-Hematofobia (miedo a la sangre, y por extensión a intervenciones quirúrgicas, agujas,…. En algunos casos hay gente que se desmaya cuando está confrontada a esas situaciones)

-Fobia interoceptiva (miedo a sus reacciones fisiológicas, como escuchar sus latidos cardiacos o cualquier otra reacción fisiológica, que la persona vincula directamente a cualquier enfermedad grave)

-Emetofobia (miedo a vomitar, por lo que la persona evita de comer fuera de su casa de miedo a que la comida le siente mal…)

-Brontofobia (miedo a fenómenos meteorológicos como tormentas, inundaciones,… por lo que la persona organiza sus actividades en función de las previsiones meteorológicas)

-Necrofobia (miedo a la muerte y a los muertos)

-Nictofobia (miedo a la obscuridad o la noche)

-Dismorfofobia (miedo u obsesión por un defecto físico real o imaginario)

El tratamiento de las fobias es relativamente corto, la psicoterapia de tipo Cognitivo-Conductual es la que ha demostrado eficiencia, en razón de la incesante frecuencia de investigaciones y el desarrollo de una serie de técnicas para hacer que, en un tiempo razonable, la persona se habitúe a las situaciones que le ocasionan temor, se libere de sus fobias y retome el control de su vida. Entre las diversas técnicas podemos mencionar, el entrenamiento a las técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación,…), la reestructuración cognitiva (gestión de sus pensamientos), y la exposición progresiva a la situación temida (para generar la habituación).

 
 


Lo que hará que este año sea diferente, es la actitud con la que lo enfrentes

Como es costumbre, al culminar un año e iniciar otro, casi todos intercambiamos mensajes positivos, en una fecha en la que la Navidad (fiesta central para los católicos, que es vivida de maneras diferentes por otras religiones) reactiva nuestros sentimientos de paz , unidad familiar y prepara, de alguna manera, el ambiente emocional para expresar nuestros mejores sentimientos, a través de saludos (algunos más originales que otros) deseándonos que el año que viene nos traiga prosperidad, felicidad, amor, bendiciones,…., dando la ilusión de que por arte de magia, el nuevo año nos traerá lo que deseamos, sin que tengamos que hacer esfuerzos por lograrlo.

Pasadas las reuniones sociales, comidas y demás aspectos festivos, entramos al momento de realidades, en el que hay que ordenar algunas cosas para tomar el rumbo adecuado y el ritmo que nos permita atravesar este año y llevar nuestro barco a buen puerto al culminarlo. Lo que significa, tener que realizar algunos cambios en nuestras actitudes, a fin de que esos mensajes de bienestar que hemos recibido con satisfacción, tengan algo de realidad; porque nada viene sin esfuerzo y no podemos simplemente esperar que este año, venga como un mago a cambiar nuestra vida, si nosotros seguimos actuando de la misma manera, y como Albert Einstein decía: “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.

 Van algunas pautas para entrenarse a una actitud más positiva y hacer que éste año sea diferente:
  1. Vive el presente con entusiasmo (frente a todo lo que te ocurra, aprende a mirar “el vaso medio lleno”). No cargues con la culpabilidad de un pasado que ya se fue, ni la ansiedad de un futuro que aún no llega.
  2. Sé agradecido. Cada día, mira alrededor tuyo e identifica por lo menos cinco cosas por las que agradecer a Dios (a la naturaleza, a la vida,… según sea tu creencia) y dilo en voz alta (escúchalo con tu propia voz). Eso hará que centres tu atención en las cosas positivas de tu vida.
  3. No guardes rencores, ni resentimientos. Esa es una carga emocional innecesaria que te impide avanzar. En las relaciones, siempre habrán ocasiones que pueden generar conflictos o malos entendidos. Convérsalos y resuélvelos con prontitud y pasa a otra cosa.
  4. Mantén tu mente abierta al aprendizaje. Cada día vive con ganas de aprender algo nuevo. Atrévete a probar cosas nuevas, a cambiar las rutinas. Tu cerebro estará constantemente estimulado y tendrás nuevas experiencias que disfrutar y compartir.
  5. Ponle movimiento a tu cuerpo. Has ejercicio con regularidad, eso te ayudará a drenar el estrés que podrías acumular, a dinamizar tu cuerpo y tus ideas. Oxigenarás todo tu cuerpo y en tu cerebro la secreción de endorfinas (antidepresivos naturales) harán que tu estado de humor esté siempre alto.
  6. Acostúmbrate a reír, a fomentar el juego y las sonrisas en tus interacciones. Rodéate de personas interesantes. No te tomes muy en serio. Recuerda que los juegos han permitido que nuestra especie desarrolle su inteligencia.
  7. Acéptate tal como eres y respétate. Quiérete con todo lo que tú eres, con tu cuerpo, tu mente, tus logros, tus habilidades y también tus dificultades. Si hay algo que no te gusta realmente, identifícalo, trázate unas metas pequeñitas y trabájalas para resolverlo, sin quejarte ni auto compadecerte, sino con entusiasmo y cariño por ti mismo.
  8. No busques la perfección, pues no existe. Permítete cometer errores y aprender de ellos. Cada error te trae una lección interesante a tener en cuenta.
  9. Disfruta de las cosas sencillas, de las actividades en familia y con los amigos. Atrévete a expresarles tus sentimientos. Eso te permitirá fortalecer lazos y tener el soporte afectivo cuando lo necesites. 
  10. Siéntete y vive libre. No te hagas esclavo de ninguna sustancia, actividad o relación que doblegue tu voluntad. No dejes que ninguna forma de adicción tome espacio en tu vida. Si ya la tienes, pide ayuda profesional y recupera tu libertad 
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¡Tenga cuidado con las máquinas “Tragaperras”, son altamente adictivas!.

Cuando entramos en cualquier bar o café de España, vemos unas máquinas coloridas y luminosas que parecen ya hacer parte de la decoración y casi ni nos sorprende el ver personas jugando de manera insistente, prácticamente pegadas a esas máquinas conocidas como “tragaperras” o “tragamonedas”; que si bien es cierto ayudan al propietario del negocio a rentabilizar su actividad (en muchos casos los montos acumulados por esas máquinas superan largamente los ingresos por su actividad principal), pero explotan la miseria humana, la vulnerabilidad de personas que se enganchan al juego y entran en un círculo vicioso de la “ludopatía” o “juego compulsivo”, lo que a la larga les destruye la vida y la de sus familias.

Muchos dirán, que es completamente inofensivo el jugar con esas máquinas, o comprarse un décimo de lotería…. Al respecto, podemos decir que el juego en sí mismo no es malo, el problema viene del uso excesivo que se hace de él. Cuando la persona juega de manera ocasional y controlada, quiere decir que lo hace por entretenimiento (decidiendo un monto límite antes de jugar, pudiendo parar sin dificultad y sobre todo sin sobrepasar el límite previsto), no es un problema; pero si la persona juega cada vez más tiempo y con montos cada vez mayores, no puede parar después de haber comenzado y lo hace “para recuperar” lo que va perdiendo, es que se está enganchando a esas maquinitas y en poco tiempo estará atrapada en la espiral de la ludopatía, si ya no lo está.

En todos los juegos de dinero, el riesgo de la persona que juega, a perder a largo plazo es estadísticamente más alto que las probabilidades de ganar, porque han sido concebidos así y de eso depende el crecimiento de ese negocio. Los dependientes del juego, son conscientes de que tienen muy pocas posibilidades de que les toque el premio, pero han desarrollado una serie de pensamientos “irracionales” que les hacen modificar su percepción del riesgo, como: “yo soy experto”, “conozco la máquina”, “soy fuerte en eso” “yo le gano la máquina”, “la suerte está de mi lado”, lo que les hace seguir enganchados.

¿Cómo se desarrolla la adicción?

Cuando una persona comienza a jugar, la máquina le deja ganar un cierto monto, y eso es suficiente para estimularla a seguir jugando y a ir alimentando pensamientos anticipatorios de un premio (“la máquina ya está llena,… un poquito más y ya viene”), y a medida que la máquina le va dando algunos pequeños premios, va haciendo que la persona comience a tener pensamientos “irracionales” sobre la probabilidad de ganar, al extremo de creerse con capacidad de “ganarle al sistema” (“yo sé cómo hacerlo”, “soy experto”, “conozco a la maquina”, “estoy con buena racha”,…); y cuanto más convencidos están de esos pensamientos, más probabilidades tienen de perder el control y de realizar pérdidas considerables que se van acumulando con el tiempo.

Esa es la razón por la que en la mayoría de países industrializados, la regulación de estos juegos es más estricta (no se las encuentra en lugares tan accesibles como bares o cafés, sino en lugares específicos, salas de juego, casinos,… (lugares a los que la persona puede impedirse la entrada), además de que las empresas que explotan esas máquinas están obligadas a alertar a los clientes sobre el riesgo que corren de desarrollar la ludopatía, así como se hace por los riesgos del alcohol y del tabaco.

¿Cuándo estamos frente a una “ludopatía” o “juego compulsivo”?

Cuando las personas juegan por encima de sus posibilidades económicas (y van acumulando deudas), juegan más tiempo que previsto (pierden la noción del tiempo), apuestan sumas cada vez mayores, mienten sobre los montos que juegan (y pierden), son criticados a causa de su afición al juego, dejan que el juego perjudique su vida familiar, su trabajo, su salud o a sus finanzas, juegan para tratar de “recuperar” lo perdido, tratan de olvidar situaciones emocionales difíciles: soledad, estrés, tristeza u otros sentimientos negativos, sienten culpabilidad cuando recuerdan el monto que han perdido en el juego.

La ludopatía no se mide por el monto de dinero gastado en el juego, sino por las dificultades que ocasiona en la vida de la personas. Por ejemplo: si el juego acapara el dinero dedicado a otros fines tales como los gastos de la casa, de la alimentación, gastar sus reservas para emergencias; o gastar el tiempo y la atención que debería consagrarle a su familia, o aún si la persona no puede evitar de jugar o de parar cuando ha empezado a jugar. Si no juega, piensa sin parar y se siente irritado, no tiene placer ni interés por hacer nada  y  siente que le falta alguna cosa importante.

Todas las personas que juegan pueden desarrollar la ludopatía, más aún cuando viven una situación difícil de gestionar (dificultades económicas, rupturas sentimentales, falta de trabajo, soledad,…), lo que puede actuar como factor desencadenante. Por otro lado, si comienza a desarrollar el problema, hay ciertos signos que pueden alertarle: sentir una excitación a la idea de ir a jugar o al momento de jugar y buscar esa sensación de euforia; buscar pretextos para justificar las ganas de jugar; jugar para huir de ciertos problemas, situaciones o sensaciones desagradables; tener pocas actividades o intereses fuera del juego; sentirse solo, aburrirse.

Consejos para evitar los problemas de juego

1.      Cada vez que juegue, fíjese un monto pequeño como límite y ¡no lo supere nunca!.
2.      Considere que el dinero gastado jugando es el precio que Ud. está pagando para divertirse. No siga jugando para tratar de “recuperar” lo perdido.
3.      No sobrepase la suma que se haya fijado para jugar, sacando más dinero de sus tarjetas de crédito, ni prestándose de otras personas.
4.      Cuando juegue, haga pausas frecuentes (eso le ayudará a bajar la excitación y no perder el control).
5.      Pida ayuda profesional (Psicólogo-Psicoterapeuta), cuando comience a perder más dinero del previsto y sentirse enganchado al juego.

Información en: www.cleliagalvez.com

Cómo apoyar a un ser querido que le tocó vivir con una enfermedad crónica.

Si a un ser querido le diagnostican un cáncer o una enfermedad que supone un riesgo vital, usted puede sentirse desesperado, con gran impotencia frente a la situación y sin saber cómo apoyarle para facilitar la adaptación de la persona con los cambios que ocurrirán en su vida y hacer menos difícil su proceso de tratamiento y convivencia con la enfermedad.

Todas las investigaciones concuerdan en señalar que el apoyo de la familia y los amigos tiene un efecto importante en la capacidad de los pacientes a sobrellevar una enfermedad crónica; aunque cada persona tiene una sensibilidad e historia diferentes, cuando se tiene una enfermedad crónica, se necesita sentir el afecto sincero (no la compasión) y la preocupación sana de sus seres queridos.

Recordamos aquí algunas sencillas pautas al respecto:

  1. Infórmese sobre la enfermedad, de ser posible, hable con el equipo médico para saber con claridad las etapas del tratamiento y cómo ayudarle a que integre el diagnóstico en su vida y comience a luchar contra la enfermedad.
  2. Escúchele y dele el apoyo emocional que requiera. Evite de tratar de negar el problema (diciendo “no es nada”, “ya va a pasar”,…). Hágale sentir que no está sola y que tiene gente que la quiere y que estará a su lado en todas las etapas de su tratamiento.
  3. Busque casos de personas que hayan vencido la enfermedad para ponerlas de ejemplo cuando la desmotivación cunda y necesite reactivar la  esperanza.
  4. Cuando informe a la familia, hable con honestidad sobre la situación que toca vivir a la persona, sin dramatismos ni escondiendo diagnósticos. No invente enfermedades raras que tienen tratamiento, por no pronunciar el nombre de la enfermedad y ocultarla  a la familia, eso generará mayor confusión, ansiedad, culpabilidad….
  5. Aborde la enfermedad con los niños, de la manera más clara y dejando bien establecido que ellos no son responsables de la enfermedad (es común ver a niños pequeños sentirse responsables de las cosas negativas que suceden en su entorno e incluso de enfermedades de los padres), responda con claridad  a todas sus inquietudes y ayúdeles a disminuir su ansiedad. Trate de fomentar una vida normal en los niños; sus risas y su afecto ayudarán de manera importante a la persona enferma.
  6. Haga una selección de las personas para compartir la información sobre la enfermedad. Algunas se acercarán más a la familia y participaran en las actividades de apoyo, otras, que tienen relaciones más problemáticas con la enfermedad (no con la persona enferma) tendrán dificultades a saber cómo actuar y por facilidad se alejarán.
  7. Haga una lista de cosas en las que sus amigos y familiares puedan ayudar (las compras, tareas diarias, cuidar a los niños,…etc.) y pídaselas sin reparos, ellos estarán gustosos de hacerlo y de sentir que contribuyen de alguna manera.
  8. La persona que sufre la enfermedad pasará por etapas en las que se sucederán momentos de estrés, ansiedad, cólera, culpabilidad,… etc. De ser posible, que vea un psicólogo (la psicología ha realizado importantísimos avances en el tema) que pueda ayudarle a desarrollar estrategias para integrar lo que le pasa y recuperar la sensación de control de su vida. También puede asistir a sesiones de grupos de apoyo (de diversas asociaciones y hospitales) en los que descubrirá que hay muchas otras personas que están en el mismo trayecto de lucha contra la enfermedad y podrá encontrar estrategias que utilizan otras personas para lidiar con la enfermedad. 
 
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¿Consumir marihuana es realmente inofensivo?

Fumarse un “porro” de marihuana (o Canabis) o ingerirlo en alimentos y bebidas, se ha convertido en una práctica tan “normal” y generalizada en nuestra sociedad, que prácticamente a diario encontramos personas que la consumen de manera habitual, por los efectos sobre el sueño, la ansiedad, para evadirse de sus problemas,….llegando a un grado de desconexión que más que darles sosiego facilita o incrementa sus propios problemas psicológicos y de relación con los demás. Sin ánimo de entrar en la polémica que existe sobre la despenalización de esta droga, me parece oportuno de abordar lo que, como profesional de la salud mental, observo al respecto.
La Marihuana (Cannabis sativa), se ha convertido en la droga ilegal más consumida en el mundo (desde la adolescencia hasta la edad avanzada, tanto hombres como mujeres). La OMS (Organización Mundial de la Salud) la considera como una droga peligrosa desde el punto de vista físico, mental y social, aunque persista una intensa polémica al respecto, debido a que algunas investigaciones indican ciertas cualidades terapéuticas (en la disminución de la percepción del dolor en casos avanzados de cáncer, dolor crónico, fibromialgia,…) y por la inclusión, en el debate por la legalización de esta droga, de factores económicos, sociales, políticos, de salud y religiosos.
¿Cómo actúa en el cerebro?
La principal sustancia activa en la marihuana es el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), cuyo efecto es la disminución de la actividad cerebral y la estimulación de los “circuitos de recompensa” o sistemas neuronales que provocan las sensaciones de placer. Cuando se fuma, el THC pasa rápidamente de los pulmones (cuando se ingiere lo hace por vía digestiva) hacia la sangre y es transportado al resto del cuerpo y al cerebro, donde se adhiere a los receptores de cannabinoides de las neuronas y afecta la regulación del placer (produce la sensación de “planear”), el movimiento (los reflejos son más lentos, hay perturbación de la noción de distancia, riesgo,…), la coordinación (reduce la capacidad de tratar el conjunto de informaciones para conducir adecuadamente un vehículo, máquina o realizar un trabajo de precisión), el aprendizaje, la memoria (disminuye la memoria inmediata), la concentración, el razonamiento (las ideas parecen desconectadas e incontrolables) y la percepción sensorial (exaltación de los sentidos) y del tiempo (perturbación de la noción del tiempo).

Según las investigaciones, en personas vulnerables, la marihuana puede generar o agravar diversos trastornos psicológicos como la ansiedad, el pánico, favorecer la aparición de la depresión y en sujetos con predisposición, podría hacer aparecer o agravar las manifestaciones de la esquizofrenia. En ciertos casos podría provocar la aparición de una psicosis canabica (se trata de una crisis delirante que necesita hospitalización en un servicio especializado).

¿Cómo afecta la vida del que consume?

Al inicio, es frecuente que la curiosidad, la presión y el deseo de pertenecer a un grupo, empujen a las primeras experiencias de consumo. Luego, como todas las drogas, la marihuana puede ser consumida para darse placer (sentirse bien, relajarse, estar bien con los amigos,…); o para calmar las tensiones, escapar a la realidad, intentar olvidar los problemas,…. Progresivamente, la persona se acostumbra a esa solución “milagro”, que le hace sentirse mejor;  y es esa percepción del efecto sobre su estado de ánimo que le hace consumir cada vez más y convencerse que es lo que necesita para estar bien (“si no fumo un porro no puedo dormir”, “sin eso no puedo desconectar”…),  lo que en realidad una dependencia psicológica. Esto es válido por la marihuana como por el tabaco, el alcohol,….

En la persona que consume habitualmente, la marihuana hace que se desconecte de su realidad y evite de enfrentar los desafíos de su vida cotidiana. Esa sensación de “planear” limita su capacidad y su interés por realizar las tareas de aprendizaje o que necesiten una cierta concentración (escolar, profesional,…).  Lo que hace que ella vea todos sus proyectos (estudios, trabajo, encontrar pareja,…) como más difíciles y menos motivantes, deje de realizar las tareas o actividades que tenga que hacer para cumplir sus sueños, tome menos iniciativas en su vida (personal, familiar y social) y tenga una actitud general de pasividad, despreocupación e indiferencia ante sus propios problemas y a los de su familia,...

Es lo que se observa en ciertos casos de problemas de pareja, con conflictos originados o amplificados por el no respeto de compromisos, la falta de iniciativas o de colaboración en casa por parte de la persona que consume cotidianamente, (para quien las reglas, compromisos y todo lo que supone esfuerzo no tiene importancia) y la pérdida de interés por prácticamente todas las tareas ( el cuidado de los niños: higiene, tareas, horarios de los alimentos y sueño,… su propia higiene personal: van a la cama sucios y poco atractivos para la pareja,…). Por otro lado, personas que consumen a horas más tardías, se levantan por la mañana con mal humor y comienzan el día con fricciones innecesarias en la pareja, que se pueden convertir en discusiones agresivas.

En ciertos casos de personas solas y que consumen cantidades importantes, hasta muy tarde por la noche o que están, además, bajo medicación, la marihuana hace que se levanten por la mañana en un estado próximo al estupor, parecen “en las nubes” y no están en capacidad de realizar actividades intelectuales o asistir a reuniones en horas de la mañana. Se ha dado algunos casos de personas que pasaron parte de la noche fumando porros, y que vinieron a terapia con dificultades para articular palabras,… lo que obviamente vuelve imposible un trabajo terapéutico.

Finalmente, dejar o no dejar una adicción (cualquiera que sea) depende de cada persona. ¡A usted de tomar la decisión!.
 







Comprender y ayudar a una persona deprimida.



Hace unas semanas, una noticia que estremeció el mundo del cinema, nos confrontó, de golpe, con la depresión y el suicidio. El actor, tan admirado por muchos, Robin Williams, había decidido acabar con su vida, luego de una larga y grave depresión, de un batallar contra su adicción al alcohol y drogas, y que el recibir un diagnóstico de una enfermedad degenerativa de Parkinson habría precipitado su decisión. Por la frecuencia con la que ocurren estos casos, creo pertinente abordar el tema y dar algunas sugerencias sobre cómo apoyar a una persona que sufre de depresión.

El suicidio es cada vez más frecuente en nuestras sociedades modernas. Probablemente, los cambios profundos que se han dado en nuestros hábitos no sean ajenos al tema: la masificación del uso de las nuevas  tecnologías que ha desplazado a los contactos personales; la vida estresante (con un ritmo marcado por el mercado y la competitividad); el contexto de crisis internacional (el deterioro económico, las pérdidas de trabajo masificadas, desahucios,…que afectan tanto a adultos, como a los hijos adolescentes - estudio reciente del Dr. Victor Fornari , Hospital Zucker Hillside de Nueva York); una perspectiva solitaria e individualista de la vida (la casi desaparición de la vida “en familia” y en “redes de amigos”), han permitido  que la soledad y la depresión hayan tomado un espacio importante en nuestras vidas, convirtiéndose en la principal causa de discapacidad y contribuyendo de manera importante a la carga de morbilidad en el mundo.
La depresión se ha convertido en un problema de salud pública. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la depresión es una enfermedad que afecta a unos 350 millones de personas en el mundo y en los casos más graves conduce al suicidio, que es la principal causa de muerte violenta en el mundo (causa aproximadamente 1 millón de muertes anuales), por encima de homicidios, guerras y accidentes de tráfico. Aunque hay tratamientos eficaces para la depresión, más de la mitad de los afectados en todo el mundo (y más del 90% en algunos países) no reciben esos tratamientos, por falta de recursos y de personal sanitario capacitado, además de la estigmatización de los trastornos mentales y la evaluación clínica inexacta. Las personas con depresión no siempre se diagnostican correctamente (algunos síntomas como la fatiga, falta de apetito,  de impulso sexual o el insomnio, son percibidos por el paciente como un problema físico, por lo que no es fácil detectarlo desde la atención primaria), mientras que otras, que en realidad no la padecen, son diagnosticadas erróneamente y tratadas con antidepresivos.

Cuando hablamos de depresión, no nos referimos a los cambios del estado de ánimo y las respuestas emocionales puntuales a los problemas de la vida cotidiana, sino a una serie de síntomas que se instalan en la vida de la persona, de una manera duradera e intensidad moderada o grave: síntomas afectivos (tristeza, ansiedad,…), cognitivos (indecisión, problemas de atención y memoria,…), motivacionales (poca fuerza de voluntad, deseos de evitación y escape,…), motores (pasividad, dificultad en las relaciones interpersonales,…), fisiológicos (problemas de sueño, apetito,…), llegando a producirle un sufrimiento importante y perturbando su funcionamiento social, laboral y familiar.

La persona deprimida tiene sistemáticamente una perspectiva negativa y pesimista de las cosas; hace una serie de “distorsiones cognitivas” (errores de pensamiento) por las que interpreta la realidad de una manera deformada o totalmente inexacta, pierde toda objetividad y es incapaz de ver la realidad de manera positiva o neutra (cualquier cosa que ocurre, toma dimensiones disproporcionadas).

Según Aaron Beck (1979), el deprimido tiene distorsiones cognitivas en los tres temas importantes de la vida: sus cogniciones sobre sí mismo (ej: “yo no valgo nada”, “no estoy a la altura”, “soy débil”, …);sobre el entorno – el mundo y los otros- (ej: “ el mundo está podrido”, “la gente es egoísta”,…) y sobre el futuro (“nada mejorará jamás”, “no hay esperanza”,…). Esa triada cognitiva negativa, la encontramos (en diversos grados) en todos los pacientes deprimidos, y no son solo simples frases, sino que corresponden a una verdadera creencia sobre sí mismo y el mundo.

¿Cómo podemos ayudar a una persona deprimida?
  • El apoyo de la familia y los amigos es importante.
  • No deje que la persona se aísle, así ella quiera hacerlo.
  • Inclúyale en las actividades agradables e insístale con gentileza (sin forzarle) para que participe.
  • Escúchele, compréndale, sin manifestarle compasión, sino más bien mostrándole afecto y ganas de apoyarle. Sabemos que el discurso de una persona deprimida puede ser difícil a soportar por el constante contenido pesimista, sin embargo, una escucha atenta, comprensiva y afectuosa puede ayudarle a tomar consciencia del problema y entrever la posibilidad de buscar tratamiento. 
  • Convénzale de ir a pedir ayuda profesional (Psicólogo, Psiquiatra). Una terapia (con medicación y/o psicoterapia, dependiendo del grave de afectación) aplicada oportunamente resolverá el problema. Una psicoterapia cognitiva-conductual ha demostrado eficiencia tanto en el tratamiento de la depresión, como en la prevención de la recaída.
  • Si la persona que deprime tiene hijos pequeños, es de mayor urgencia el ponerse en tratamiento (medicación y psicoterapia), a fin de preservar la salud mental de los pequeños.
  • Si sospecha que la persona tiene algunas ideas suicidarias, o escuchó algunas expresiones que hagan pensar a ello, ¡tómelas en serio!. Hable con la persona, pregúntele sus razones, no la deje sola, gane tiempo y prevenga a la familia y a los profesionales que podrían intervenir.
  • Si es alguien que ya hizo tentativas de suicidio, hay que tener mayor cuidado, porque según diversas investigaciones la mitad de los que intentaron suicidarse, llegaron a hacerlo finalmente.

Para entender mejor lo que vive internamente una persona deprimida, visione un video muy didáctico promovido por la OMS, “Yo tenía un perro negro que se llamaba depresión” y que fue elaborado por un publicista norteamericano que vivió la experiencia de la depresión. http://youtu.be/vpN8px2QVHI









Adelgazar comienza por la mente

Al aproximarse el verano, son numerosas las personas que comienzan a preocuparse por bajar de peso y hacen dietas (unas más estrictas que otras) o prueban las múltiples ofertas-milagro, que pululan en los medios de comunicación, vendiendo la ilusión de conseguir rápidamente y sin esfuerzo una silueta de ensueño. A veces, la persona puede conseguir una pérdida de peso importante pero no la puede mantener y, al dejar la dieta, entra en un juego vicioso en el que vuelve a subir con mayor rapidez y a veces más kilos de los que perdió, luego cambia de sistema de adelgazamiento y replica lo mismo,… es el efecto “yo-yo”,  que conocen las personas que sufren de excesos importantes de peso o incluso una obesidad como resultado de una trayectoria de ese tipo. Por lo que es necesario concentrarse sobre el funcionamiento de su mente antes, durante y después de iniciar un régimen alimentario, para que ese esfuerzo sea sostenible en el tiempo.

Tener un sobrepeso es una preocupación generalizada en nuestra sociedad moderna que ha modificado por completo nuestros patrones de consumo y nuestro estilo de vida: tenemos una vida cada vez más sedentaria (poco ejercicio físico), la industrialización excesiva de los alimentos (grasas, azúcares, saborizantes, conservantes,… y demás aditivos poco saludables), la tendencia creciente a comer fuera de casa (no se controlan los insumos ingeridos), el consumo social de alcohol, el estrés del trabajo y tiempo limitado para preparar una alimentación adecuada (recurso a la comida rápida,…),… son aspectos que han contribuido a un incremento del peso corporal que no solo contrasta con la imagen de “belleza” promovida por los medios de comunicación (generándonos muchas frustraciones), sino que también incrementa las probabilidades de tener problemas de salud (hipertensión arterial, diabetes, problemas de articulaciones, fatiga ante el esfuerzo físico,…). Cabe señalar que la obesidad se ha convertido en un problema de salud pública global.

No existen milagros en cuanto a la pérdida de peso, que como todo cambio en la vida, se consigue con esfuerzo y disciplina. Se requiere, ante todo, la paciencia (bajar de peso no es una carrera contra el reloj, pues perder peso rápidamente hace que se recupere con facilidad), la perseverancia (ser estable en el esfuerzo), una alimentación equilibrada (elegir una dieta sana y nutritiva, no una que le genere carencias) , incrementar el gasto de la energía ingerida (hacer ejercicio regular) y ponerse metas alcanzables (no esperar a perder muchos kilos y tener en cuenta que con la edad hay modificaciones en nuestro metabolismo que nos impiden de recuperar la silueta que tuvimos de jóvenes).

Si quiere bajar de peso y conservar los resultados, tenga en cuenta que deberá cambiar de estilo de vida, gestionar de una manera diferente las situaciones sociales (generalmente cuando estamos con otras personas tenemos más dificultad a mantener nuestra dieta)  y emocionales (a veces la comida se utiliza para calmarse cuando se está triste, solo, enfadado,... o incluso alegre,...), mantener un plan de alimentación y de ejercicios con el que se sienta a gusto por el resto de su vida, para lo que tiene que prepararse psicológicamente, y ese es un proceso interno que nadie puede hacer en su lugar.

Mucho se ha escrito y se seguirá haciéndolo sobre este tema (métodos de adelgazamiento, dietas de todo tipo, libros de autoayuda,..), sin embargo quiero presentarles un interesante y valioso libro al que me referiré en lo que sigue de este artículo, que es de Judith S. Beck (2007): “El método Beck para adelgazar”, que no es una dieta más que sale al mercado, sino un programa psicológico práctico y accesible (basado en los principios de la terapia cognitivo-conductual) para entrenarse a pensar y actuar como una persona delgada. Un programa que funciona con cualquier dieta que la persona quiera seguir, y le ayuda a optimizarla brindándole las herramientas que requiere para realizar una serie de cambios positivos y duraderos en su vida (tanto en su mentalidad como en su comportamiento) para perder peso y no recuperarlo más.

El adelgazar comienza en la mente. Según la terapia cognitiva, es el modo de pensar que tiene una persona acerca de la comida, los alimentos y las dietas (lo que se dice a sí misma internamente) que va a afectar lo que siente (sus emociones y sentimientos) y lo que hace (su conducta). Para ilustrar este principio, pensemos en lo que conocemos como una “cadena conductual” (cadena de sucesos que nos lleva a comer): imaginemos que una persona nos ofrece un trozo de tarta de chocolate (situación desencadenante), mirando ese pedazo de tarta nos decimos internamente algunas cosas (pensamientos), por ejemplo: “creo que voy a comérmelo,… … No, no debería comérmelo,… no está en mi dieta,… pero ¡qué buena pinta tiene!,…” y según donde termine nuestra discusión interna, tomaremos la decisión de comerlo o no (conducta).

Según Beck, ciertas formas de pensar dificultan el hecho de seguir una dieta adecuadamente. Esos pensamientos “saboteadores” le hacen quebrantar o abandonar su dieta, animándole a comer (“… he tenido un mal día,… es una celebración,… si no me lo como irá a la basura,...”), disminuyendo las consecuencias aparentes de quebrantar su régimen (“no pasa nada porque…”), minando su seguridad cuando ha comido algo que no debía (“soy débil,… no voy a ser capaz de perder peso”), o cuando se sube a la balanza (“no he perdido casi nada, esto no funciona”), entre tantos otros que hacen que la persona termine por abandonar su dieta.

Los pensamientos saboteadores aparecen en  las diversas situaciones "desencadenantes" que pueden ser biológicas (cuando tenemos hambre, sed, deseo compulsivo de comer,…), mentales (cuando leemos la receta de un plato, recordamos algo que comimos y que nos gustó mucho, percibimos un olor agradable de un plato que nos gusta,…),  emocionales ( cuando sentimos emociones negativas como enfado, tristeza, frustración, aburrimiento,… aunque en algunos casos de emociones positivas hayamos aprendido a festejarlas comiendo algo ), sociales (reuniones sociales, o situaciones en las que queremos comer como los demás).

El método de Beck, enseña paso a paso, a sustituir los pensamientos saboteadores que nos llevan a comer de un modo desfavorable, por pensamientos más positivos y motivadores (que nos hacen ver los beneficios de obtener el peso que queremos lograr) lo que hará que consigamos mantenerse firmes y perseverar en nuestra dieta; a identificar las situaciones desencadenantes y gestionarlas de manera adecuada; a descentrarse del peso corporal y a enriquecer nuestra vida social, familiar, profesional, espiritual, …, lo que hará que lleguemos a obtener resultados de adelgazamiento estable y encontrar un bienestar general.

Cabe señalar que este programa está indicado para las personas que han pasado de una dieta a otra sin haber sido capaz de mantener una pérdida de peso estable, pero de ningún modo para las que puedan tener trastornos de la alimentación (anorexia, bulimia,…), que requieren la intervención de un especialista de la salud mental. Si tiene dudas, consúltelo con su médico.

Una manera sencilla de ver si tiene Ud. un trastorno de la alimentación es responder a las siguientes preguntas: ¿tiene una obsesión continua con la comida, las dietas, el peso o la apariencia, hasta el punto de desplazar otros aspectos de su vida más importantes?, ¿se encuentra ya en la franja más baja de lo que se considera su peso ideal? (si no sabe cuál es su peso ideal, pregúntele a su médico). ¿ Tiene Ud. una historia de restricción alimentaria intensa?, ¿se da atracones frecuentemente y luego vomita deliberadamente o exagera de los laxantes?, ¿hace usted mucho más ejercicio de lo razonable para tratar de no engordar?. Si ha respondido afirmativamente, a estas preguntas, tiene que consultar a un especialista y someterse a un tratamiento a la brevedad posible. 
Información en: www.cleliagalvez.com