Dejar las cosas para más
tarde es una tendencia frecuente en un
gran número de personas, quienes a la espera del momento “ideal” para realizar
las actividades importantes que tienen pendientes, se distraen con otras tareas
menores y van postergando una y otra vez, hasta en algunos casos, trabajar bajo
presión al “último minuto”, poniéndose en un estado de tensión extremo o terminar
por abandonar sus sueños más ansiados.
Esta tendencia, antiguamente se explicaba como ocasionada por la flojera, desorden o falta de disciplina de la persona, ahora se sabe que es mucho más que un tema de descuido y es reconocido como un problema psicológico, y que por ello tiene tratamiento.
La procrastinación (que
viene del latin pro: adelante y crastinus: referencia al futuro o postergación),
se refiere al hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse,
a pesar de tener un sentimiento de ansiedad o culpabilidad y de ponerse en
situación de riesgo a tener consecuencias negativas por ello, como nos explica
Mario (“yo sé que tengo que revisar mis
notas de curso, pasar a limpio, hacer mis resúmenes…, pero no llego a
hacerlo; me distraigo por una mosca que
vuela… por el internet, mis correos, el Facebook, hago mi horario muy preciso
una y otra vez, y digo que tengo que comenzar, pero no lo hago…, y allí estoy
dando vueltas, insultándome a mí mismo y
dejando las cosas para el último minuto. Siempre es así, año tras año es
lo mismo, no tengo remedio… voy a desaprobar otra vez”)
Podemos hablar de dos tipos de
procrastinación, el primero, que es más banal y el que hemos vivido todos en
algún momento; que ocurre por una falta de motivación para realizar una tarea
que la vemos como complicada, aburrida, bastante larga, agobiante,… (limpiar la casa, ordenar documentos, cocinar
para la semana, tener una alimentación equilibrada, hacer ejercicio, tomar las
citas para un control médico de rutina,…etc.), que coincide con un momento
de cansancio de la persona o un bajón de energía por causas diversas. De este
estado se puede salir sacudiéndose un poco y esforzándose para pasar a la
acción inmediata o en su defecto, decidiendo conscientemente de cambiar de
actividad y dejar la acción para más tarde, asumiendo, obviamente, sus
consecuencias.
El segundo tipo de procrastinación, qué es el
que ocasiona problemas más serios, viene de factores internos de la persona
(sus emociones, pensamientos, habitudes,…) y que podemos encontrar como parte
de una serie de trastornos psicológicos (de ansiedad, de personalidad,….) y que
requieren un tratamiento psicoterapéutico con el objetivo de disminuirlo y hacer
que la persona retome el control de su vida.
Cuando analizamos este último tipo de
procrastinaciones, encontramos que son los propios temores y angustias de la
persona que (en el momento en que piensa o se dispone a realizar la tarea en
cuestión), llegan a tener más peso en su manera de funcionar y hacen que automáticamente
(sin darse realmente cuenta) se distraiga con muchas acciones menores, como una
estrategia que le permite huir de una situación que va a poner a prueba sus
temores más profundos; aún, sabiendo que se pone en situaciones cada vez más
difíciles, cuanto más tiempo postergue lo que tiene pendiente.
Los problemas que están a la base de una
procrastinación patológica, son diversos, pero podemos señalar los más
frecuentes, como un autoestima frágil (“no
puedo”, “no soy capaz”, “nunca pude hacerlo”,…), un temor al
fracaso (“y si no lo hago bien?;… qué pensaran de mí?.....”); o como se
encuentra comúnmente en personas que tienen el perfeccionismo como modo de
funcionamiento: el temor a cometer errores (“si hago algo tiene que ser perfecto, por eso necesito mi tiempo para
realizar actividad,… por eso no lo hago”),…..
Si usted tiene un problema de procrastinación, no lo
viva como una catástrofe, aquí le damos unas recomendaciones muy simples:
1. Comience por reconocer el problema.
Si no admite la presencia de un problema en su vida, no podrá encontrarle una
solución
2. Obsérvelo con atención (sin desmoralizarse
ni desvalorizarse). Trate de ver qué características tiene su caso; tal vez
encuentre algunos temores que frenen su actividad.
3. Mírelo de
otra manera, trate de convertir la “obligación” en placer. Tal vez el hecho de
hacer las cosas por placer (“me gustaría llegar a…”, en lugar de “tengo qué…”) le
ayude a enfrentar mejor la tarea.
4. Divida la
tarea en muchas etapas pequeñitas y comience a abordarlas progresivamente, es posible que sin darse
mucha cuenta haya avanzado un buen trecho. Eso le motivará a continuar.
5.
Autorícese a
cometer errores. Nadie es perfecto y no le va a pasar nada si no lo es!
6. Si
lo mencionado no le ayuda, busque apoyo profesional, un psicoterapeuta
cognitivo-conductual es el más indicado.
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