Mostrando entradas con la etiqueta Miedo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miedo. Mostrar todas las entradas

¿Cómo afrontar las consecuencias psicológicas de la situación de guerra en Europa?

Frente a los recientes acontecimientos de la guerra en Ucrania y el flujo permanente y repetitivo de noticias e imágenes desgarradoras que recibimos de manera casi inmediata, vía la televisión y las redes sociales, vemos una serie de consecuencias psicológicas en la población, que pueden ir desde el estupor y la incredulidad hasta la desesperación. El pensar en el peligro de una generalización de la guerra, la cercanía geográfica y la llegada de miles de desplazados, hace que nuestra impresión de relativa seguridad y previsibilidad de la vida cotidiana a la que estábamos acostumbrados se vea trastocada, de manera aún más importante que cuando soportábamos la Pandemia, porque en éste caso se trata de una violencia extrema ejercida voluntariamente ( con intención de destruir) por seres humanos, dirigidos por una persona desequilibrada contra la que poco podemos hacer.
En esas circunstancias es normal que sintamos una serie de emociones que pueden llegar a abrumarnos: preocupación, irritabilidad, tristeza, llanto, angustia,… , más aún, después de haber vivido dos años de Pandemia, con todos los recuerdos negativos que eso co mporta y que ahora se reactivan con la situación violencia que comporta una guerra. Luego de entender y aceptar lo que nos ocurre, pasemos a ver qué podemos hacer para afrontar la situación y mitigar los efectos negativos sobre nosotros y nuestras familias. Para ello, aquí abordo algunas pautas que podrían serle útiles: 

  1. No ceda al pánico, ni esconda la cabeza (como un avestruz), actívese y siga con sus rutinas de la vida cotidiana, pero tampoco se ponga en una carrera al activismo. Evite los extremos.

  2. Limite el tiempo que se expone a las noticias (la TV y las redes sociales están pasando las mismas noticias e imágenes una y otra vez), si se queda usted mucho tiempo consumiendo esa información llegará a estados de angustia y desesperación que le perjudicará inútilmente.

  3. Infórmese sólo una vez al día, si posible, por la mañana (porque usted estará con mayor energía para modular el impacto de lo que vea), mire las noticias en medios oficiales, para mantenerse informado y saber cómo actuar. Por las noches, evite mirar las noticias, prefiera las películas (comedias, series, reportajes,… etc.), cosas agradables que le permitan ir tranquilamente a dormir y poder conciliar mejor el sueño. 

  4. Atienda a las inquietudes de los niños, no les exponga a demasiada información e imágenes de los noticieros. Pregúnteles lo que saben, lo que han escuchado,… y conteste a todas sus preguntas con tranquilidad, diciéndoles que esa guerra pasará, como muchas cosas malas que han pasado otras veces. 

  5. No se aísle, manténgase en contacto con la familia y amigos, si no lo puede hacer presencialmente, hágalo por internet o teléfono. Participe a reuniones familiares y sociales por videoconferencia (brindis, juegos,…), hable de diversos temas, no solo de la guerra.

  6. Sea solidario, en la medida de sus posibilidades, ocúpese de alguna actividad de solidaridad. El apoyar a otras personas la dará también la impresión de cierto control o cierta acción sobre lo que ocurre. Talvez pueda participar en alguna colecta de fondos o materiales para la acogida de desplazados,… o ayudar a alguna persona de su entorno que tenga una dificultad,… 

  7. Ocúpese de usted mismo, en cosas agradables o útiles, aproveche el tiempo para realizar esas tareas que siempre quiso hacer y no pudo por falta de tiempo u otra razón. Ordenar armarios, dibujar, pintar, escribir, cocinar, cantar, bailar, hacer ejercicio, mejorar su alimentación y hacerla más saludable,…  existen múltiples actividades que se pueden desarrollar para gestionar nuestras emociones y sentir bienestar. Piense que para ayudar a los demás, primero tiene que estar bien usted mismo.

    www.cleliagalvez.com

Cuando el dolor se convierte en una enfermedad

Los centros de atención médica están abarrotados de personas que se quejan de dolores persistentes, que a pesar de las numerosas pruebas y tratamientos efectuados no desaparecen, llegando en muchos casos a perturbar gravemente la calidad de vida, porque el dolor se instala en ella y se convierte en la mayor preocupación de la persona que lo sufre y de la familia que lo observa con una sensación de impotencia y desamparo.

Antes de continuar, veamos la diferencia entre el dolor agudo (o “normal”) y el dolor persistente o “crónico”. El dolor “normal” es el que experimentamos todos después de una picadura, corte, fractura, esguince, inflamación,…. , es un dolor de corta duración que tiene una función de “alarma” (nos indica que algo no está yendo bien en el cuerpo). Así, al tratar la causa, se constata que el dolor disminuye progresivamente y luego desaparece. El dolor crónico o persistente, en cambio, es el que a pesar de que la causa inicial haya sido curada el
dolor no desaparece. Así, vemos numerosos pacientes que han consultado varios especialistas,…. realizado diversas pruebas médicas, tratamientos, a veces incluso hospitalizaciones, …. y el dolor sigue agobiándoles por meses, a veces años, lo que les hace perder toda esperanza. Ese tipo de dolor pierde su función de alarma, dado que una estimulación continua ya no puede ser una señal de algo. Es un dolor inútil y una enfermedad en sí, como lo sostiene el Dr. François Boureau, Miembro de la Asociación Internacional por el estudio del dolor y de la Asociación de terapeutas conductuales de Francia, en su libro “Controlez votre douler”, Ed.Payot.

Cuando estos pacientes son derivados a un tratamiento psicológico, algunos reaccionan mal, sintiéndose incomprendidos, creen que les está acusando de inventarse su malestar y de hablar de un dolor “imaginario”, pero lo que hay que entender es que cuando se habla de un dolor “psicosomático” no se quiere decir que sea imaginario, sino que hay un mecanismo por el que el dolor que se prolonga provoca diversas consecuencias secundarias que mantienen y
amplifican el dolor. Así podemos mencionar: las consecuencias físicas (un dolor se acompaña de una contracción muscular refleja. El músculo contraído puede volverse el lugar de un nuevo dolor y así instalarse un círculo vicioso: dolor-contracción muscular – más dolor, …), las consecuencias psicológicas (la persona se vuelve cada vez más irritable, ansiosa, …) y las consecuencias conductuales (el paciente se vuelve inactivo, reduce sus actividades físicas, no vive normalmente y tiene una mala condición física, con una debilidad muscular que mantiene el dolor). Esas consecuencias, y otras que no menciono ahora por razones de espacio, progresivamente se integran al dolor inicial convirtiéndolo en una verdadera enfermedad. 

Por otro lado, el hecho de que la persona centre toda su atención hacia las zonas adoloridas y a todo lo que pase en ellas (como si se tratara de un “radar” a la pesca de la mínima sensación de dolor) hace que se modifique su sensibilidad (que baje su “umbral” del dolor y llegue a percibir hasta sensaciones habitualmente imperceptibles para cualquier persona). Al prolongarse eso en el tiempo, la persona vive una situación de fatiga permanente (agotamiento de su sistema nervioso), insomnio (un sueño insuficiente o de mala calidad que no permite recuperar la fatiga), ansiedad (irritabilidad, miedo, angustia,…), dependencia de substancias y/o medicamentos (alcohol, analgésicos, benzodiazepinas,…) e incluso depresión (humor depresivo y a veces una depresión real con una falta de energía, pérdida de interés por actividades habituales, tristeza,…).

Para el tratamiento, existen diversos centros especializados del dolor, con una serie cada vez más moderna de tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos,… entre ellos, la Psicoterapia Cognitivo-Conductual y el EMDR, han tenido una evolución importante, con resultados muy alentadores, con la aplicación de una combinación de técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación, hipnosis, Mindfulness,…), de EMDR (para reprocesar memorias de dolor, entre otros problemas anexos) , de reestructuración cognitiva y técnicas conductuales para reorganizar la higiene de vida y las redes de soporte social que ayudan al paciente a ayudarse a sí mismo y colaborar activamente a su propia mejoría.

Información en: www.cleliagalvez.com

Liberarse de sus miedos y retomar el control de su vida.

El miedo es una emoción que todos conocemos y que tiene como  función (al igual que el dolor) el protegernos del peligro, por lo que diríamos que es un miedo “adaptativo” (es en base a ésta reacción emocional que actuaremos ante el estímulo que tenemos delante: evitándolo, huyendo o atacando,…), porque la situación de riesgo lo amerita; sin embargo,  hay ocasiones en las que las personas desarrollan miedos a situaciones u objetos habitualmente inofensivos, que pueden sean reales (ver palomas, perros, gatos, arañas,…) o imaginarios (sentirse evaluado, pensar a contraer una enfermedad,…),   lo que les lleva a restringir de manera importante sus acciones en la vida cotidiana. Esos miedos son irracionales (la propia persona reconoce que es exagerada e incongruente, pero no puede dejar de sentir miedo), diríamos, entonces, que es un miedo “no adaptativo” o  fóbico.

Muchas personas soportan a diario sus fobias. Para ellas, las acciones simples de la vida cotidiana como conducir, cruzar un puente, estar rodeados de mucha gente en lugares abiertos o cerrados, ir a una fiesta, tener una entrevista de trabajo, rendir un examen, volar en avión, pedir la palabra en clase, hablar delante de un grupo, o simplemente pedir un servicio son vividos con un verdadero sufrimiento.

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), hay 250 tipos de fobias reconocidas y estudiadas, y aproximadamente un 7% de la población mundial padecería de algún tipo de fobia, de tipo simple o específico  (miedo a volar, a las arañas,…), mientras que 4% desarrollaría un tipo complejo, como la Agorafobia (con o sin ataques de pánico,…), o una fobia social (14% de adultos lo padecería). Sin embargo, en contraste con  la considerable incidencia de fobias en la población, pocos son los que buscan un tratamiento especializado para su problema, más bien organizan su vida para evitar el objeto de sus miedos, lo que hace que su problema se agrave aún más con el tiempo y las evitaciones que no hacen más que nutrir los miedos.

Estas son las fobias más frecuentes en la población:

-Fobia social (temor a ser mal juzgado, miedo a la mirada evaluadora del otro, por lo que la persona evita muchas interacciones sociales o las soporta con sufrimiento)

-Agorafobia (miedo a encontrarse en lugares abiertos y/o con mucha gente, donde cree que no podría recibir ayuda o escaparse si se sintiera mal). Esta fobia viene asociada, en muchos casos a ataques de pánico - crisis de angustia con muchos síntomas fisiológicos y miedo a morir, a volverse loco, sentimientos de irrealidad,…

-Aerofobia (miedo a volar en avión)

-Amaxofobia (miedo a conducir un coche)

-Aracnofobia (miedo a las arañas, por extensión miedo a otros insectos como cucarachas,..)

-Claustrofobia (miedo a encontrarse en lugares cerrados, la persona evita los ascensores, túneles, pruebas médicas como la resonancia magnética y otras pruebas que implican estar confinado en lugares o equipos estrechos.

-Acrofobia (sensación de vértigo y miedo cuando se está en lugares altos como balcones, miradores de edificios altos, precipicios,…)

-Hematofobia (miedo a la sangre, y por extensión a intervenciones quirúrgicas, agujas,…. En algunos casos hay gente que se desmaya cuando está confrontada a esas situaciones)

-Fobia interoceptiva (miedo a sus reacciones fisiológicas, como escuchar sus latidos cardiacos o cualquier otra reacción fisiológica, que la persona vincula directamente a cualquier enfermedad grave)

-Emetofobia (miedo a vomitar, por lo que la persona evita de comer fuera de su casa de miedo a que la comida le siente mal…)

-Brontofobia (miedo a fenómenos meteorológicos como tormentas, inundaciones,… por lo que la persona organiza sus actividades en función de las previsiones meteorológicas)

-Necrofobia (miedo a la muerte y a los muertos)

-Nictofobia (miedo a la obscuridad o la noche)

-Dismorfofobia (miedo u obsesión por un defecto físico real o imaginario)

El tratamiento de las fobias es relativamente corto, la psicoterapia de tipo Cognitivo-Conductual es la que ha demostrado eficiencia, en razón de la incesante frecuencia de investigaciones y el desarrollo de una serie de técnicas para hacer que, en un tiempo razonable, la persona se habitúe a las situaciones que le ocasionan temor, se libere de sus fobias y retome el control de su vida. Entre las diversas técnicas podemos mencionar, el entrenamiento a las técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación,…), la reestructuración cognitiva (gestión de sus pensamientos), y la exposición progresiva a la situación temida (para generar la habituación).

 
 


Saber decir “no”, preserva el bienestar general de la persona


Hay personas que viven siempre abrumadas realizando actividades o ejecutando proyectos que otros decidieron por ellas,  y que las aceptaron, no porque les interese realmente, sino porque no encontraron la fuerza de decir “no”; o ni siquiera pensaron antes de responder, porque están acostumbradas a no decir jamás “no” a su familia, amigos, jefes, colegas, clientes,… aunque les cueste mucho esfuerzo asumir lo que aceptaron. Así, muchos jóvenes pueden encontrarse consumiendo sustancias (alcohol, drogas, tabaco,…), realizando o soportando actos antisociales (robos, agresiones, sexualidad precoz,…),  por no saber resistir a la presión del grupo y no saber decir “no” a algo o alguien que ellos no quieren.  

Una serie de temores está detrás de esa tendencia a aceptar todo lo que se le pide a una persona: el temor a decepcionar (“que va a pensar de mí?”), a no ser querido (“me rechazará”), a ser excluido (“no estará conmigo”, “no haré parte de su grupo”) , por miedo a la autoridad (“pensará que soy agresivo y que no quiero obedecer,… me penalizará”), por evitar la confrontación (“no quiero conflictos”,…), por necesidad de ser aceptado y tener buena imagen (“hago cosas que no les gusta a los demás para que vean que yo puedo resolverles el problema, que soy útil y que me necesitan”). Temores que  al no ser enfrentados se hacen casi automáticos en la persona y los lleva a encontrarse en situaciones negativas para sí mismos, comprometiendo su bienestar físico y mental, con una sobrecarga de trabajo, ansiedad, dependencia, sumisión,…,  lo que en algunos casos es aprovechado por otros que se dan cuenta de la situación.

Cuando hablamos de aprender a decir “no”, no nos estamos refiriendo a decir “no” a todo, sino a ser asertivos, quiere decir a estar al escucha de nuestros propios pensamientos, emociones, deseos, necesidades y derechos, a poderlos expresar, dándoles la importancia debida, pero sin menospreciar los de nuestro interlocutor.  Por lo que es importante aprender a decir “no” sin agresividad, simplemente con convicción y cordialidad, pues lo único que se está haciendo es marcar sus límites. De lo contrario se corre el riesgo de dejarse invadir por los deseos de otros, de dejarse desviar de sus propios objetivos al punto de no saber más lo que se es, ni lo que se quiere.

Lo importante es de responder en función de un beneficio para si mismo en una situación determinada, en lugar de ceder por culpabilidad o por miedo a no ser querido.  Es tener la libertad de decir “” cuando se piensa sí, decir “no” cuando se piensa no y de decir “voy a pensarlo” cuando se necesita tiempo para dar una respuesta (que tiene derecho a hacerlo) para  pesar los pro y los contra de lo que le piden, ver si eso tiene más consecuencias positivas o negativas sobre su vida o al contrario si eso le da placer (que en ese caso se acepta, obviamente).

El saber decir “no” hace parte de las habilidades sociales (la asertividad) que aprendemos (o no) desde pequeños observando a nuestros padres y adultos de referencia (abuelos, maestros,…) en sus relaciones sociales, y las vamos consolidando durante toda nuestra vida con el aporte de nuestras propias experiencias; por lo que es posible que toda persona, a toda edad, pueda desarrollar esas habilidades. Algunas veces será suficiente el tomar la decisión, informarse y practicar las nuevas maneras de actuar para adquirir esas habilidades;  otras veces, cuando el problema es más complejo (como en el caso de una fobia social, personalidad ansiosa,…), se requerirá una ayuda profesional. Una Psicoterapia cognitivo-conductual es la que ha mostrado mayor eficiencia en este problema, por lo que se ser el caso, lo recomendamos.

Para los que se interesen, aquí van algunas pautas básicas que podrían ayudarles a aprender a decir “no” y  poner límites:
·         Entrénese a decir “no” a cosas muy simples que no tienen grandes consecuencias y por las que no siente mucha ansiedad, para probar como le va. Practíquelo todos los días con familiares y amigos cercanos, así se motivará a seguir haciéndolo en situaciones más complejas.
·         Si sabe que alguien le va a hacer un pedido, prepárese, encuentre una manera adecuada de expresar el “no”,  repítalo varias veces para que le sea más fácil de decirlo. O si prefiere dígale que ese pedido le supone un problema y que se tomará un tiempo para responder a ello, eso le permitirá sopesar mejor las cosas y tomar una decisión con menos estrés.
·         Antes de dar una respuesta, imagínese cómo estará cuando haya aceptado ese pedido (que tareas más tendrá que hacer, qué sensaciones o emociones tendrá cuando se sienta obligado a hacer lo que realmente no quiere) y también imagine lo contrario (si no acepta, cómo se sentirá ocupando su tiempo como ya había previsto). Eso le ayudará a tomar la decisión.
·         Al dar la respuesta negativa, arguméntela ligeramente (simplemente para no cortar el diálogo) y con convicción, pero sin ahondar en justificaciones que realmente son inútiles. Puede usar frases de este tipo: “me hubiera gustado decir si, pero ya he previsto otra cosa”,  o incluso:  “hasta hoy siempre he dicho sí a todo lo que me pedían, pero veo que eso me perjudica”.  
·         Cada vez que usted sienta que no está siendo respetado con el pedido que le van haciendo y usted quiera marcar sus límites, entonces tiene que decir “no”, sin agresividad pero con convicción. Por ejemplo: su hermana le pide que cuide a sus hijos mientras ella se va de compras, usted puede decirle: “no, lo siento, pero ya tengo otras cosas previstas.” 
 


Las “crisis de angustia” me estropean la vida!!


“El corazón que bate muy rápido, los músculos que tiemblan, el cuerpo que se pone a transpirar, dolor en el pecho, en el vientre,…”, son algunos de los signos de una “crisis de angustia” que fácilmente reconocen, quienes las han vivido con cierta frecuencia; los que por primera vez los sienten, tienen simplemente la impresión de estar a punto de morirse!. Numerosos son los que llegan a los servicios de urgencias de los hospitales, convencidos de que tienen una crisis cardíaca y se sorprenden o incluso se sienten incomprendidos por los médicos, cuando les dicen que no tienen nada grave.

Un “ataque de pánico” o una “crisis de angustia” (también conocida en algunos países como “crisis de espasmofilia”) no es una simple ansiedad, que es una reacción natural y normal frente a un peligro o una situación de estrés.  Tampoco es un fenómeno raro, se estima que el 5% de la población sufre de ese tipo de problemas, por lo que conviene de explicarlo con algo de detalle.

Un ataque de pánico es una crisis de angustia acompañada de síntomas físicos (muy desagradables y difíciles a soportar) y síntomas cognitivos (mentales) que se reflejan bien en la queja de una paciente:  “Apareció cuando fui a hacer compras…, creí que me iba a volver loca,… me vino una crisis y no es la primera vez. Yo entré al supermercado y cuando fui a la zona baja  para buscar un detergente, me sentí muy rara, como si no fuera yo misma. Mi corazón comenzó a golpear tan fuerte que pensé que me iba a caer,… y salí corriendo del supermercado, pero ni en la calle me iba mejor. Mi corazón seguía batiendo fuerte,.. tenía la impresión de que me estaba muriendo!. Fui de inmediato al hospital y apenas pude hablar con alguien se me pasó…. Luego, me hicieron varias pruebas médicas y me dijeron que todo era normal…., pero yo sé que tengo algo serio!, porque ya son varias veces que me ha venido esto y realmente me estropea la vida!.,… recuerdo que hace cuatro días tuve otra crisis muy fuerte cuando estaba por tomar el tren y no lo tomé, no fui a trabajar!,… y casi a diario tengo pequeñitas, como si comenzaran las crisis y me estropean el día, Desde que me levanto, tengo la impresión de que voy a tener una crisis, me siento mal hasta la noche,…

Cuando los ataques de pánico se instalan en la vida de la persona, se habla ya de un trastorno pánico, que puede presentarse asociado a una Agorafobia (miedo irracional o exagerado a lugares abiertos o con mucha gente,…) o sin ella. Un trastorno pánico es más que una simple crisis de angustia aislada,  éste se caracteriza por la recurrencia (que viene con cierta frecuencia) de ataques que aparecen de manera imprevisible (sin que haya aparentemente algo que los provoque) y se van complicando progresivamente.

El primer ataque viene generalmente de manera imprevista, cuando la persona está realizando cualquier actividad cotidiana, como conducir un coche, comer en un restaurante, caminar en el campo, estar en algún lugar muy concurrido,…cuando , de golpe, siente un gran terror. Le invade la impresión de que una catástrofe le ocurre; y  al igual que la paciente que mencioné antes, tiene la impresión que se va a desmayar, volverse loca o incluso morir en acto!. Siente que su cuerpo se enloquece: siente palpitaciones, dificultad de respirar, sudores, sensación de asfixia…El malestar más intenso le dura sólo algunos minutos, pero el miedo que la crisis regrese no le abandonará más. Su día se le ha estropeado, pero también las siguientes.

Así, marcada por esa primera experiencia catastrófica, la persona tiene temor de volver a estar en las situaciones parecidas a las del primer ataque. Si su primer ataque vino cuando estaba en un restaurante donde había mucha gente, comenzará a tenerle miedo a los lugares cerrados y con mucha gente: restaurantes, tiendas, aviones, cinemas, transportes en común…y comenzar a evitar de frecuentarlos.

Tendrá la impresión de que su universo cotidiano se ha convertido en un terreno minado que puede hacerle daño en cualquier momento. Ella se pone también a vigilar las reacciones de su cuerpo, y cuando descubre que tiene un síntoma que se parece al que tuvo en un ataque de pánico (el corazón que se acelera, un ligera dificultad a respirar, una sensación de garganta apretada), teme que esos pequeños signos estén señalando la venida de la catástrofe y es ese miedo, precisamente, que desencadena otro ataque.

La persona, comienza a sentirse más vulnerable, tiene miedo de estar sola, pide que le acompañen en todos sus desplazamientos (o simplemente no sale de casa), porque siente terror a la idea de tener una crisis cuando esté sola y no haya una persona de confianza que le ayude. Entonces, evita ciertas situaciones y calcula todas sus actividades de manera a estar siempre rodeada de personas conocidas, desarrollando así la agorafobia y otras fobias.

La depresión es otro de los riesgos que, además de las fobias, asechan a las personas que sufren de pánico. Cerca al 20% de personas con ese trastorno hacen tentativas de suicidio. Casi dos de cada tres pacientes con pánico están deprimidos y, en algunos casos, es difícil de determinar si es la depresión que se complicó con ataques de pánico,  o es el sufrimiento causado por los ataques que llegan a generar una depresión en la persona. Otros riesgos vienen del alcohol o los medicamentos (ansiolíticos, benzodiacepinas,..) que utilizan para disminuir sus síntomas durante las crisis y desarrollan rápidamente una dependencia a esas sustancias, lo que obviamente les provocará mayores problemas.

Un “ataque de pánico” ( o “crisis de angustia”) puede durar unos minutos o varias horas, dejando a la persona completamente agotada. Viene por lo general de manera brutal, sea en una situación temida sea al improviso. Hay una diversidad de síntomas, pero las más frecuentemente mencionadas por los pacientes son:
·         * Palpitaciones, taquicardia
·         * Transpiración
·         *Temblores de músculos o sacudones
·         * Sensación de asfixia, dificultad a respirar,
·        *  Dolores toráxicos
·         * Nauseas, dolores abdominales, vómitos
·         * Sensación de vértigo, cabeza vacía, impresión de desmayarse
·    * Sentimiento de despersonalización (como si fuera otra persona, o se mirara como en una película),
·         * Sentimiento de miedo intenso e inexplicable
·

Los síntomas de un ataque de pánico pueden ser muy impresionantes y pueden, a veces, parecerse a una verdadera crisis cardiaca o a de problemas digestivos a repetición (nauseas, vómitos, diarréas,…) . Razón por la que se debe, en un primer momento, hacer un examen médico (cardiaco y digestivo) para descartar una causa orgánica. El descarte rápido permite evitar que se haga crónico el problema y que la persona entre en un circulo vicioso en el que los síntomas físicos y mentales se agraven mutuamente (las crisis se vuelvan cada vez más frecuentes y  el miedo de la crisis genere nuevas crisis….).

Si tiene un familiar o un amigo con este problema, sepa que es realmente serio, pero que tiene tratamiento. Los medicamentos (anxiolíticos y otros) ayudan a corto plazo a disminuir la intensidad de los síntomas durante las crisis pero de ninguna manera hacen que desaparezcan.

El tratamiento reconocido como más eficiente es la Psicoterapia Cognitivo Conductual, que tiene la ventaja de su rapidez (terapias cortas de  algunos meses) durante las cuales el terapeuta ayudará al paciente a desaprender los malos reflejos y adquirir nuevas maneras (y más adaptadas) de dominar sus miedos y retomar progresivamente el control de su vida: aprendiendo a gestionar mejor las reacciones de su cuerpo (sus síntomas físicos), sus emociones, sus maneras de pensar, sus actividades cotidianas, sus relaciones sociales,…. 


Información en: www.cleliagalvez.com




Reírse del miedo al dentista podría aliviar las preocupaciones

Como se mencionaba en el artículo anterior de este blog, la ansiedad al dentista es vivida por una buena proporción de los adultos, aunque una verdadera fobia al dentista ocurra solo en el 15% de ellos (datos de la OMS), por lo que el psicólogo ha ingresado al campo de la odontología para ayudar a los pacientes con ansiedad importante o con verdaderas fobias a ejercer un control sobre sus emociones y poder realizarse las intervenciones dentales que requiere.

Es así que en las clínicas dentales más modernas, no es extraño de ver que el paciente ansioso tenga algunas sesiones previas con el psicólogo, quien a través de técnicas de control respiratorio, relajación con visualización, hipno-relajación, entre otras técnicas cognitivas, hace posible que el paciente tenga los tratamientos que desee en las mejores condiciones.

Para los demás pacientes, hay datos interesantes en un estudio realizado por el equipo de la Universidad de Gotemburgo, que manifiestan que el optimismo del paciente y una atmósfera de humor en la interacción del paciente con el personal dental, ayudan a disminuir la ansiedad al dentista durante las intervenciones dentales.

En ese estudio, a través de una cuestionario que se aplicó a personas que tenían cierta ansiedad al dentista, se identificaron cinco métodos principales utilizados por los pacientes para combatir su temor en situación de intervención dental:
  • El uso de recursos internos. Por ejemplo, decirse a uno mismo que tiene suficiente fuerza para soportarlo, a pesar del temor.
  • Distraerse uno mismo. Por ejemplo, contar o cantar para uno mismo o jugar juegos mentales con uno mismo para evitar enfocarse en el tratamiento dental.
  • Poner distancia. Por ejemplo, decirse a uno mismo que la sensación de dolor es otra cosa, como entumecimiento.
  • La oración.
  • El optimismo. Por ejemplo, pensar por adelantado en el momento en que el tratamiento se haya terminado.
"El estudio ha mostrado que los pacientes que adoptan una mentalidad optimista afrontan el tratamiento dental significativamente mejor y acuden al odontólogo con mayor regularidad que los pacientes que pasan su tiempo en la oración, desesperados o pensando que es una catástrofe", señaló en un comunicado de prensa de la universidad la investigadora Jenny Bernson.

En un segundo estudio, entrevistas con pacientes que presentaban temor al dentista revelaron que el humor era un factor importante para afrontar las visitas al odontólogo.

"Las barreras psicológicas se pueden superar con el humor, como resultado de que paciente y dentista se encuentren en terreno más igualitario, de la reducción del estrés que el humor conlleva, del aumento del bienestar y de la creación de una atmósfera placentera", aseguró Bernson.
 

La fobia al dentista

La fobia al dentista o odontofobia, es una de las fobias comunes en los adultos (15% de la población lo sufre, según la Organización Mundial de la Salud), probablemente originada por las experiencias negativas de dolor, de pérdida de control y de pánico que tuvieron en el pasado. Las personas “odontofóbicas” no acuden al dentista de manera regular, poniendo en riesgo su salud dental la que puede tener repercusiones en su salud física (caries, dolores de muelas y de cabeza, mal aliento,….) y su salud mental (culpabilidad, sentimiento de impotencia frente a su ansiedad, autoestima baja,…).

La persona que sufre de este tipo de fobia siente  un miedo paralizante a la idea de tener que visitar un consultorio dental, lo evita al máximo y si ha decidido de hacerlo,  puede llegar a sentir pánico en el camino hacia el consultorio, dentro del consultorio mismo y antes de la intervención del profesional.   En muchas ocasiones se ve a pacientes ansiosos abandonar el consultorio dental o anular repetidas veces las citas que tomó con diversos pretextos por no confesar el temor que sienten.  

Al interrogar a los pacientes ansiosos, una gran mayoría reconoce que tiene miedo a sufrir el dolor,  a las agujas, la perforación, la extracción del diente, a la duración del procedimiento; y que cuando  escuchan el ruido de las fresas o sienten el olor particular de las substancias que utiliza el dentista, sienten que su ansiedad y pánico se desencadenan, lo que hace que a veces tiendan a escaparse de la situación y se convenzan de que no pueden controlar su ansiedad. Ansiedad que les perjudica aún más, porque hace que estén tan concentrados en el dolor que su umbral de tolerancia al dolor sea más baja (quiere decir que puedan sentir más rápidamente el dolor) y que incluso cualquier estímulo inofensivo pueda ser interpretado como doloroso e incrementar su malestar.

La odontofobia ha sido siempre una preocupación de los investigadores de la odontología, una especialidad que ha evolucionado mucho en los últimos años, y que ha logrado que todos esos estímulos que tanta huella dejaron en las personas mayores, hayan prácticamente desaparecido. Se han desarrollado técnicas cada vez más eficaces y sofisticadas a fin de proceder a realizar tratamientos de reconstrucción, implantología y demás intervenciones prácticamente sin dolor. Se han eliminado los olores fuertes característicos de antaño, las agujas son cada vez más finas y pequeñas, y en algunas clínicas dentales se han incluido , con éxito, un servicio psicológico con un psicoterapeuta cognitivo conductual , para ayudar a los pacientes ansiosos a controlar su ansiedad con algunas sesiones previas al tratamiento dental. Asimismo, se están dedicando a construir la confianza en los niños con diversas estrategias preventivas e intervenciones sin dolor, a fin de evitar que puedan desarrollar la ansiedad  de los mayores.

La timidez: cuando la mirada del otro nos genera temor…

Todos recordamos haber tenido alguna vez a un amigo, conocido o tal vez incluso haber sufrido personalmente  de ansiedad social (lo que en el lenguaje común se conoce como timidez), un problema que hace  temer la mirada del otro y la posible evaluación que comporta esa mirada,  por lo que la persona que lo sufre evita las  reuniones sociales o participa en ellas con mucho malestar (sonrojándose, tartamudeando,…). A veces lo hace consumiendo alcohol o algunas drogas para relajarse un poco y poder afrontar esas situaciones, lo que le hace caer en problemas de dependencia a esas substancias, generándole trastornos aún más graves.

La ansiedad social  se la encuentra en diferentes intensidades (desde una ansiedad leve que genera cierto malestar en las reuniones sociales,  hasta una fobia social que perturba completamente el funcionamiento general de la persona). Comienza generalmente en la adolescencia, aunque hay casos que se presentan también en la infancia (afectando tanto a hombres como a mujeres) y parece estar vinculada al tipo de educación que ha recibido la persona, muy cerrada (centrada solo en su familia, sin frecuentar otras personas), con padres sobreprotectores (que  le hacían todo e incluso hablaban por ella)  y pocas oportunidades de intercambios sociales (no han dado la ocasión de aprender a tener relaciones sociales adecuadas).

Las personas con fobia social se muestran muy ansiosas en situaciones sociales cotidianas. Tienen un miedo intenso, persistente y crónico de ser vigiladas y juzgadas por otros, y de hacer cosas que las hagan sentirse avergonzadas. Ellas pueden preocuparse durante días o semanas antes de una situación a la que le temen. Este miedo puede volverse tan intenso que interfiere con el trabajo y otras actividades cotidianas, y puede dificultar el hecho de conseguir y conservar amigos.

La fobia social puede estar limitada a una situación (como hablar con personas, comer o beber o escribir delante de otros) o puede ser tan amplia (como en la fobia social generalizada) que la persona experimenta ansiedad alrededor de casi cualquier persona distinta a los miembros de la familia.

Los miedos más comunes son: asistir a fiestas y otras reuniones sociales; comer, beber y escribir en público; conocer nuevas personas; hablar en público; utilizar los baños públicos,….y los síntomas físicos más comunes: ruborizarse, dificultad para hablar, náuseas, sudoración, temblores,…

El tratamiento más eficaz para este problema es la psicoterapia cognitivo-conductual porque trabaja de manera sistemática no solo recreando en la persona su repertorio de habilidades sociales (saber que hacer, qué decir, como y cuando decir,…), sino también utilizando técnicas diversas para ayudarle a controlar su ansiedad y gestionar de manera adecuada sus pensamientos y otros factores psicológicos que están vinculados y que mantienen ese problema. 

¿Por qué consultar un psicólogo?

Antiguamente se asociaba tanto el trabajo del psicólogo al abordaje de la locura, que las personas tenían reticencias a consultarlo. El tener que hablar de que “algo raro” le pasaba por la mente generaba vergüenza y la persona demoraba mucho tiempo en consultar (a veces muchos años) haciendo que sus problemas iniciales se ahondaran, en lugar de solucionarlos  antes de que estos pudieran ocasionar daños en su vida.

Hoy, la realidad va cambiando y existe una “normalización” del hecho de asistir a la consulta de un psicólogo, y paradójicamente se está observando una oferta muy numerosa de terapias (formales y no formales) que pueden llevar a confusión, por lo que pienso que una breve explicación sobre algunos detalles ayudaría a ver tener un panorama más claro. Cabe señalar que por la necesidad de tener un lenguaje accesible las nociones técnicas serán reducidas a su mínima expresión.

La primera diferencia que hay que hacer, es entre las dos grandes clases de problemas psicológicos (o trastornos) que pueden afectar a la persona: los de base orgánica (ocasionados por problemas neuroquímicos en el cerebro) y los de base reaccional (que responden a otras causas).  Por un lado, los trastornos de base orgánica (la gama de trastornos con alucinaciones y rupturas con la realidad) son tratados por un psiquiatra (médico especializado en psiquiatría) con una medicación específica que logre estabilizar al paciente y procurarle una vida relativamente normal. 

Por otro lado, están los problemas de base reaccional, que son mucho más numerosos y de intensidades igualmente diversas. Estos son tratados por un psicólogo especializado en psicoterapia, que puede ser de orientaciones teóricas diferentes (Cognitivo-Conductual, Psicoanalítica, Sistémica, Humanista,…...) las que tienen sus peculiaridades e indicaciones propias.  

¿Por qué problemas podemos consultar un psicólogo?

Cuando sentimos que tenemos un problema que perturba nuestra viva (ocasionándonos un cierto malestar) que intentamos resolver y que no lo logramos, entonces recurrimos a un profesional que nos pueda ayudar a resolverlo.

Podemos tener dificultades que sin llegar a ser trastornos, en el sentido estricto de la palabra, nos generen malestar, estas podrían venir de una falta de aprendizajes (no tuvimos la oportunidad de aprender). Nuestros objetivos serian, en este caso, de desarrollo personal;  quiere decir adquirir (o aprender) ciertas habilidades: de comunicación (para enfrentar mejor las relaciones sociales en el trabajo, en la familia,…), de gestión de tiempo, de afrontamiento adecuado a situaciones de estrés,….

Otro tipo de problemas pueden venir de un exceso (o incluso de una desviación) de aprendizajes (por experiencias traumáticas,  porque nos acostumbramos a actuar de una cierta manera, por la educación que recibimos, por el entorno,… etc.) y entonces podríamos tener el objetivo de resolver algunos problemas de: depresión (como trastorno depresivo, o síntomas depresivos en contextos de crisis de vida o duelos), ansiedad (pánico-angustia, fobias, obsesiones, ansiedad generalizada, estrés, estrés post-traumático, hipocondría,…), problemas alimentarios o de imagen corporal (anorexia, boulimia,…), adicciones (ludopatía, alcohol, compras, sexo,…), problemas de pareja (dificultades a gestionar conflictos, celos patológicos, disfunciones sexuales), dolor crónico,….