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¿Cómo elegimos a nuestra pareja?

La elección de la pareja es uno de los pasos más trascendentales de la vida de toda persona, por lo que es necesario conocer lo que dice la ciencia sobre los diferentes aspectos que intervienen, además del aspecto  romántico o mágico que muchas veces nos conduce a situaciones penosas, por elecciones apresuradas o por razones que no son las más fiables, como “para no quedarnos solos”, “para salir de casa”, o “para colmar algunos vacíos”,…etc.

La teoría que más parece acercarse a la realidad, nos dice que elegimos como pareja a la persona que mejor satisface nuestras necesidades de  compañía, esparcimiento y amor. Quiere decir que buscamos al compañero (alguien con quien compartir nuestras actividades, sueños y preocupaciones), al amigo (al cómplice que nos haga pasar buenos momentos, lo que explica que muchos hombres digan: “si uno es capaz de hacer reír a una mujer tiene el 50% del camino avanzado”) y al buen amante (alguien a quien dar amor y que nos haga sentir que somos amados).

Cada persona le dará una importancia diferente a la satisfacción de esas necesidades, por ejemplo: una persona para la que la necesidad de compañía sea más importante, elegirá a alguien más calmado y hogareño como pareja, y contrariamente, alguien que considere su necesidad de esparcimiento como más importante, elegirá a una persona alegre que le guste salir con amigos, a fiestas, que baile bien,….).

En una misma persona, también, esas necesidades pueden tener importancia diferente en función de las circunstancias de la vida: frente a un problema preferirá que su pareja le escuche y le acompañe en la búsqueda de solución, cuando están entre amigos, preferirá que sea más alegre y divertida, y cuando están en la intimidad, preferirá que sea menos divertida y más apasionada… Obviamente, con los límites de todo ser humano, pues surgiría un problema si una persona espera que su pareja le satisfaga a todo y en todo momento, lo que vivirá con frustración porque pide algo prácticamente imposible de lograrlo.

Veamos los otros factores que intervienen en la elección de la pareja.  La proximidad, por la que escogemos a la pareja entre la gente que frecuentamos en el ambiente social en el que nos movemos (la ciudad, el barrio, el centro de estudios, el medio laboral,…etc. ,  aunque ahora el uso del internet esté rompiendo las barreras físicas), lo que explicaría que muchas familias que viven en pueblos pequeños, tengan tendencia a alejar a los hijos jóvenes enviándolos a estudiar o vivir en otras ciudades en los que puedan ampliar sus redes sociales y sus posibilidades de encontrar un “mejor partido”.

La similitud, por la que tendemos a elegir a quienes se asemejan a nosotros en diferentes aspectos (edad, religión, ideología, nivel educativo, profesión, clase social,….) que son importantes para nuestra cultura (creencias, modelos construidos en nuestra mente) y que finalmente define quienes, de entre los que frecuentamos, son deseables como pareja. Así vemos, que médicos se casen con médicos, profesores con profesoras, actores con actrices,…etc.  

La equidad, por la que tendemos  a elegir a las personas que consideramos “igual” o mejor que nosotros. La equidad nos hace predecir que la relación perdure y sea satisfactoria, lo que nos permite entender los casos de, por ejemplo, parejas que se formaron cuando ambos eran estudiantes, en las que uno de ellos tuvo que sacrificarse para que el otro estudiara, y que una vez que este último logró su profesión y cambió de estatus social, quiera divorciar porque siente la necesidad de buscar a otra pareja que la vea más a su “altura”, que la que lo acompañó en el trayecto de vida que compartieron.

La complementaridad, por la que buscamos en la otra persona algunas características que no tenemos pero que nos resultan atractivas, lo que genera una cierta sintonía entre ambos,  y que la elegimos porque queremos que venga a complementar las nuestras; lo que nos lleva a comprender a esas parejas que se presentan cómodamente como  el “agua” y el “fuego”, habiendo logrado encontrar la unidad en sus diferencias.

Finalmente, el trayecto que sigue la formación de una pareja, según algunos autores, se iniciaría, en un primer momento, por un interés (“clic” o “flechazo”) que pueda tener una persona por otra  y en esa etapa, sería la atracción (o el impacto que su manera de ser o comportarse pueda generar sobre la otra persona) la que define si habrá o no, continuidad en el intento.  

Luego, cuando ya se están frecuentando, la atracción física pasaría a un segundo plano y se buscaría más las concordancias o similitudes de puntos de vista, gustos, sueños,…etc. Cabe señalar que, la semejanza de ideas (nivel educativo, profesión,…etc.) es un factor de predicción de una mayor satisfacción y estabilidad en la pareja.   

La formalización de la pareja, parecer ser que se define en función de cómo se asumen los diferentes roles que comprende la vida de pareja (compañero, amigo, amante, yerno, nuera,…), lo que contradice lo que a veces escuchamos: “uno no se casa con la familia”, y que de alguna manera se la tendría en cuenta.