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Cuando el dolor se convierte en una enfermedad

Los centros de atención médica están abarrotados de personas que se quejan de dolores persistentes, que a pesar de las numerosas pruebas y tratamientos efectuados no desaparecen, llegando en muchos casos a perturbar gravemente la calidad de vida, porque el dolor se instala en ella y se convierte en la mayor preocupación de la persona que lo sufre y de la familia que lo observa con una sensación de impotencia y desamparo.

Antes de continuar, veamos la diferencia entre el dolor agudo (o “normal”) y el dolor persistente o “crónico”. El dolor “normal” es el que experimentamos todos después de una picadura, corte, fractura, esguince, inflamación,…. , es un dolor de corta duración que tiene una función de “alarma” (nos indica que algo no está yendo bien en el cuerpo). Así, al tratar la causa, se constata que el dolor disminuye progresivamente y luego desaparece. El dolor crónico o persistente, en cambio, es el que a pesar de que la causa inicial haya sido curada el
dolor no desaparece. Así, vemos numerosos pacientes que han consultado varios especialistas,…. realizado diversas pruebas médicas, tratamientos, a veces incluso hospitalizaciones, …. y el dolor sigue agobiándoles por meses, a veces años, lo que les hace perder toda esperanza. Ese tipo de dolor pierde su función de alarma, dado que una estimulación continua ya no puede ser una señal de algo. Es un dolor inútil y una enfermedad en sí, como lo sostiene el Dr. François Boureau, Miembro de la Asociación Internacional por el estudio del dolor y de la Asociación de terapeutas conductuales de Francia, en su libro “Controlez votre douler”, Ed.Payot.

Cuando estos pacientes son derivados a un tratamiento psicológico, algunos reaccionan mal, sintiéndose incomprendidos, creen que les está acusando de inventarse su malestar y de hablar de un dolor “imaginario”, pero lo que hay que entender es que cuando se habla de un dolor “psicosomático” no se quiere decir que sea imaginario, sino que hay un mecanismo por el que el dolor que se prolonga provoca diversas consecuencias secundarias que mantienen y
amplifican el dolor. Así podemos mencionar: las consecuencias físicas (un dolor se acompaña de una contracción muscular refleja. El músculo contraído puede volverse el lugar de un nuevo dolor y así instalarse un círculo vicioso: dolor-contracción muscular – más dolor, …), las consecuencias psicológicas (la persona se vuelve cada vez más irritable, ansiosa, …) y las consecuencias conductuales (el paciente se vuelve inactivo, reduce sus actividades físicas, no vive normalmente y tiene una mala condición física, con una debilidad muscular que mantiene el dolor). Esas consecuencias, y otras que no menciono ahora por razones de espacio, progresivamente se integran al dolor inicial convirtiéndolo en una verdadera enfermedad. 

Por otro lado, el hecho de que la persona centre toda su atención hacia las zonas adoloridas y a todo lo que pase en ellas (como si se tratara de un “radar” a la pesca de la mínima sensación de dolor) hace que se modifique su sensibilidad (que baje su “umbral” del dolor y llegue a percibir hasta sensaciones habitualmente imperceptibles para cualquier persona). Al prolongarse eso en el tiempo, la persona vive una situación de fatiga permanente (agotamiento de su sistema nervioso), insomnio (un sueño insuficiente o de mala calidad que no permite recuperar la fatiga), ansiedad (irritabilidad, miedo, angustia,…), dependencia de substancias y/o medicamentos (alcohol, analgésicos, benzodiazepinas,…) e incluso depresión (humor depresivo y a veces una depresión real con una falta de energía, pérdida de interés por actividades habituales, tristeza,…).

Para el tratamiento, existen diversos centros especializados del dolor, con una serie cada vez más moderna de tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos,… entre ellos, la Psicoterapia Cognitivo-Conductual y el EMDR, han tenido una evolución importante, con resultados muy alentadores, con la aplicación de una combinación de técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación, hipnosis, Mindfulness,…), de EMDR (para reprocesar memorias de dolor, entre otros problemas anexos) , de reestructuración cognitiva y técnicas conductuales para reorganizar la higiene de vida y las redes de soporte social que ayudan al paciente a ayudarse a sí mismo y colaborar activamente a su propia mejoría.

Información en: www.cleliagalvez.com

El estrés del cuidador de un pariente mayor con Alzheimer


El año 2011 fue declarado como el “Año Internacional de la Investigación sobre el Alzheimer”, esa temida enfermedad neurológica en la que los recuerdos van desapareciendo y la persona emprende un descenso dramático de todas sus facultades, frente a la mirada impotente de su entorno familiar.

Si uno se pregunta: que se realizó en ese año, a parte de los premios, foros y espacios de discusión, al parecer poco se ha avanzado  y todavía habrá que esperar unos años más para que las investigaciones den satisfacción a la necesidad de esperanza no solo de los enfermos y sus familiares sino de toda la sociedad que está propensa a sufrirla.

Al ver como evoluciona nuestra sociedad moderna, con menos jóvenes (por la disminución de la natalidad) y mayor porcentaje de población de más edad (se ha incrementado la esperanza de vida), podemos inferir que en las familias estaremos, cada vez más, confrontados a la necesidad de cuidar de nuestros familiares mayores que sufran de enfermedades degenerativas de la edad avanzada, como es el Alzheimer, Parkinson,…

El cuidador principal, es aquella persona (un familiar o una persona contratada para esa labor) que dedica la mayor parte de su tiempo (en horas/día) atendiendo al enfermo, permitiendo así, que otras personas de la familia puedan tener el tiempo de dedicarse a sus actividades cotidianas y adaptarse a la nueva realidad familiar, con un ser querido que sale mentalmente de la dinámica familiar habitual.  

El cuidador despliega un esfuerzo constante físico y emocional atendiendo a la persona con Alzheimer (que no mejorará con los cuidados que le dedica, sino que irá agravándose con el tiempo, lo que pesa sobre la motivación), y puede desarrollar a su vez, serias perturbaciones de su salud mental, y más aún cuando ese esfuerzo es acompañado de un aislamiento social.

Diferentes autores que han estudiado el tema señalan que el cuidador desarrolla frecuentemente problemas de ansiedad (nerviosismo, angustia, tensión, estrés, pánico, angustia, ideas obsesivas,…),  depresión o síntomas depresivos (tristeza, pesimismo, apatía), hipocondría,…., así como problemas psicosomáticos de dolores de cabeza y de otras zonas, temblor fino, problemas gástricos, trastornos del sueño (insomnio, o sueño no reparador), dificultades de memoria,….

Esos problemas deben enfrentarse, en primer lugar, aceptando que ocurran esas reacciones de agotamiento, que son normales o previsibles dada la situación de sobrecarga de estrés que tiene el cuidador; en segundo lugar,  solicitando ayuda a otros miembros de la familia para realizar algunas tareas, a fin de poder reservarse algunas horas para sus asuntos personales o simplemente relajarse; y en tercer lugar, solicitando ayuda a un profesional (psicólogo) o asistiendo a grupos de auto-ayuda.

www.cleliagalvez.com