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¿Cuándo consultar un psicólogo?

Antiguamente, apenas se podía mencionar que se consultaba un psicólogo, por la errónea idea de “anormalidad” que se le había asociado a ese proceso y a la persona que recurría. Hoy, la situación es otra. Gracias al desarrollo acelerado de las neurociencias (que nos hacen conocer cada vez más, lo que pasa en nuestro cerebro cuando actuamos y nos relacionamos en la vida cotidiana) y de la tecnología de la información (internet y otros medios de comunicación); una población más amplia (y más educada), ha tenido un mayor acceso a investigaciones e información sobre su salud mental, lo que ha contribuido a elevar su nivel de entendimiento y dar ese paso que tanto temía.

Actualmente, es ampliamente reconocido que todas las personas podemos, en algún momento de nuestras vidas, tener algún problema de tipo psicológico que requiera consultar con un psicólogo. Hacer una psicoterapia, ayuda a resolver el problema con prontitud y evitar que una situación de malestar se pueda prolongar en el tiempo, llegando no solo a afectar de manera importante nuestra calidad de vida, sino también a cronificarse (agravarse).

Van algunos ejemplos de los problemas psicológicos que podemos tener en algún momento y que requieren un apoyo profesional:

  • Cuando nos sentimos deprimidos, sin ganas ni voluntad para realizar las tareas habituales; cuando el placer de vivir se ha esfumado y vemos nuestra vida sin sentido.
  • Cuando hemos vivido un hecho traumático: agresión, accidente, asalto, duelo, separación, enfermedad, despido,… y nos es difícil de retomar el control de nuestra vida.
  • Cuando sentimos que el miedo y la ansiedad han invadido nuestras vidas (con angustias, obsesiones, celos exagerados, fobias,…)
  • Cuando nos vemos en la incapacidad de gestionar las situaciones de estrés de nuestra vida cotidiana (en el trabajo, la familia,…)
  • Cuando las relaciones con otras personas se vuelven difíciles (dificultades para hablar con la gente, hacer y/o conservar los amigos, hablar en un grupo,…)
  • Cuando nuestra vida de pareja se vuelve insatisfactoria (con conflictos frecuentes, comunicación deficiente o ausente,…) o nuestra vida sexual ya no es la que quisiéramos (falta de deseo sexual, dolor, eyaculación precoz, disfunción eréctil,…)
  • Cuando no podemos controlar algunos de nuestros comportamientos adictivos (consumo de alimentos, alcohol, drogas, medicamentos, tabaco, juego, sexo,…)
  • Cuando estamos en relaciones que nos hacen daño y no podemos establecer límites,… o vamos acumulando y repitiendo fracasos en nuestra vida personal,…
  • Cuando nuestra vida familiar se vuelve problemática (hijos con algunos obstáculos a su desarrollo, hijos que no conocen límites ni respeto de reglas, conyugue que no asume sus responsabilidades,….)

Al tomar la decisión de consultar a un psicólogo, aún hay que encontrar al profesional idóneo, por lo que es necesario informarse sobre el profesional que se quiere consultar (si busca por internet, que sea en páginas web de garantía); visite la página web del profesional y revise su trayectoria, su colegiatura y su especialidad,… no dude en llamarle y preguntarle si tiene alguna duda. 

Información en: www.cleliagalvez.com

Liberarse de sus miedos y retomar el control de su vida.

El miedo es una emoción que todos conocemos y que tiene como  función (al igual que el dolor) el protegernos del peligro, por lo que diríamos que es un miedo “adaptativo” (es en base a ésta reacción emocional que actuaremos ante el estímulo que tenemos delante: evitándolo, huyendo o atacando,…), porque la situación de riesgo lo amerita; sin embargo,  hay ocasiones en las que las personas desarrollan miedos a situaciones u objetos habitualmente inofensivos, que pueden sean reales (ver palomas, perros, gatos, arañas,…) o imaginarios (sentirse evaluado, pensar a contraer una enfermedad,…),   lo que les lleva a restringir de manera importante sus acciones en la vida cotidiana. Esos miedos son irracionales (la propia persona reconoce que es exagerada e incongruente, pero no puede dejar de sentir miedo), diríamos, entonces, que es un miedo “no adaptativo” o  fóbico.

Muchas personas soportan a diario sus fobias. Para ellas, las acciones simples de la vida cotidiana como conducir, cruzar un puente, estar rodeados de mucha gente en lugares abiertos o cerrados, ir a una fiesta, tener una entrevista de trabajo, rendir un examen, volar en avión, pedir la palabra en clase, hablar delante de un grupo, o simplemente pedir un servicio son vividos con un verdadero sufrimiento.

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), hay 250 tipos de fobias reconocidas y estudiadas, y aproximadamente un 7% de la población mundial padecería de algún tipo de fobia, de tipo simple o específico  (miedo a volar, a las arañas,…), mientras que 4% desarrollaría un tipo complejo, como la Agorafobia (con o sin ataques de pánico,…), o una fobia social (14% de adultos lo padecería). Sin embargo, en contraste con  la considerable incidencia de fobias en la población, pocos son los que buscan un tratamiento especializado para su problema, más bien organizan su vida para evitar el objeto de sus miedos, lo que hace que su problema se agrave aún más con el tiempo y las evitaciones que no hacen más que nutrir los miedos.

Estas son las fobias más frecuentes en la población:

-Fobia social (temor a ser mal juzgado, miedo a la mirada evaluadora del otro, por lo que la persona evita muchas interacciones sociales o las soporta con sufrimiento)

-Agorafobia (miedo a encontrarse en lugares abiertos y/o con mucha gente, donde cree que no podría recibir ayuda o escaparse si se sintiera mal). Esta fobia viene asociada, en muchos casos a ataques de pánico - crisis de angustia con muchos síntomas fisiológicos y miedo a morir, a volverse loco, sentimientos de irrealidad,…

-Aerofobia (miedo a volar en avión)

-Amaxofobia (miedo a conducir un coche)

-Aracnofobia (miedo a las arañas, por extensión miedo a otros insectos como cucarachas,..)

-Claustrofobia (miedo a encontrarse en lugares cerrados, la persona evita los ascensores, túneles, pruebas médicas como la resonancia magnética y otras pruebas que implican estar confinado en lugares o equipos estrechos.

-Acrofobia (sensación de vértigo y miedo cuando se está en lugares altos como balcones, miradores de edificios altos, precipicios,…)

-Hematofobia (miedo a la sangre, y por extensión a intervenciones quirúrgicas, agujas,…. En algunos casos hay gente que se desmaya cuando está confrontada a esas situaciones)

-Fobia interoceptiva (miedo a sus reacciones fisiológicas, como escuchar sus latidos cardiacos o cualquier otra reacción fisiológica, que la persona vincula directamente a cualquier enfermedad grave)

-Emetofobia (miedo a vomitar, por lo que la persona evita de comer fuera de su casa de miedo a que la comida le siente mal…)

-Brontofobia (miedo a fenómenos meteorológicos como tormentas, inundaciones,… por lo que la persona organiza sus actividades en función de las previsiones meteorológicas)

-Necrofobia (miedo a la muerte y a los muertos)

-Nictofobia (miedo a la obscuridad o la noche)

-Dismorfofobia (miedo u obsesión por un defecto físico real o imaginario)

El tratamiento de las fobias es relativamente corto, la psicoterapia de tipo Cognitivo-Conductual es la que ha demostrado eficiencia, en razón de la incesante frecuencia de investigaciones y el desarrollo de una serie de técnicas para hacer que, en un tiempo razonable, la persona se habitúe a las situaciones que le ocasionan temor, se libere de sus fobias y retome el control de su vida. Entre las diversas técnicas podemos mencionar, el entrenamiento a las técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación,…), la reestructuración cognitiva (gestión de sus pensamientos), y la exposición progresiva a la situación temida (para generar la habituación).

 
 


¿Qué es la terapia EMDR?

El EMDR, o Desensibilización  y Reprocesamiento a través de Movimientos Oculares (en inglés: Eye Movements Desensibilization and Reprocessing), es un método psicoterapéutico que, a través de la estimulación de los dos hemisferios cerebrales, permite que las capacidades naturales del ser humano puedan reprocesar los recuerdos traumáticos (experiencias duras de vivir y de recordar) y restablecer su equilibrio emocional. Es un método reconocido por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como el tratamiento de primer orden para el Trastorno de Estrés Post Traumático, por los resultados positivos de numerosas investigaciones que se realizaron con los veteranos de guerra y las víctimas de abusos sexuales, aunque el desarrollo posterior de este método permite abordar un abanico importante de los problemas psicológicos.

El EMDR (como gran parte de los descubrimientos científicos) fue descubierto por casualidad por la Dra. Francine Shapiro, en los Estados Unidos, en los años 80, cuando ella iba paseando por un parque, teniendo en la mente una serie de pensamientos negativos que la perturbaban, los que fueron disminuyendo a medida que ella iba haciendo determinados movimientos oculares; al darse cuenta de ello, comenzó a probarlo con otras personas y progresivamente, ese descubrimiento básico,  fue objeto de numerosos ajustes e investigaciones para llegar a tener una verdadera herramienta terapéutica, cuyo desarrollo actual es mucho más amplio de lo que deja suponer su nombre, el que no fue cambiado dado el posicionamiento que ya había alcanzado.

El nombre EMDR, podría llevar a pensar que se trata de algo muy limitado.  Ese fue mi caso, cuando hace más de 20 años, (como miembro del personal científico de una universidad europea y de un equipo de terapeutas de orientación cognitivo-conductual que era un referente en el tratamiento de trastornos de ansiedad), al escuchar que en los Estados Unidos se estaba desarrollando esta metodología, pensé que era una más, de las tantas tentativas no serias que iban apareciendo. Muchos años después, la realidad me demostró lo contrario: los resultados sobre el Estrés Post Traumático iban haciéndose más conocidos y , especialmente, cuando me solicitaron que atendiera vía online, a un paciente que había perdido a su esposa y a uno de sus hijos, en un grave accidente en el que él conducía y que unos instantes de somnolencia habían provocado semejante catástrofe. Consciente de las limitaciones de la intervención vía online en un problema tan grave como ese, recomendé de buscar un terapeuta EMDR certificado por la asociación del país en el que se encontraba esta persona. Al poco tiempo recibí una comunicación del paciente para agradecerme por haberlo referido e informarme que ya estaba bien y había retomado su vida habitual. Por lo que tomé la decisión de formarme y certificarme como terapeuta EMDR, para complementar el abanico de mis herramientas terapéuticas.

Para entender cómo funciona el EMDR, hay que recordar algunas nociones que nos vienen de las neurociencias: el efecto de los movimientos oculares en el procesamiento de información durante el sueño, el funcionamiento de los dos grandes sistemas memoria (implícita y explícita) y finalmente nuestro sistema innato de procesamiento de la información.

Los movimientos oculares
Lo que ocurre con los movimientos oculares en el EMDR (aunque en terapia se utiliza varias modalidades de estimulación de los hemisferios cerebrales) es comparable a lo que ocurre cuando dormimos. Durante la fase del sueño REM (fase de movimientos oculares o “paradoxal”, en la que estando dormidos tenemos una actividad neurofisiológica importante: movimientos oculares, ritmo cardiaco acelerado,…) es que ocurren los sueños, se procesa lo aprendido durante el día y se consolida en la memoria. Si durante la noche no tenemos una fase REM adecuada, no recordaremos gran cosa de lo que aprendimos el día anterior.

Los dos sistemas de memoria
La memoria implícita (que es la que más nos interesa en este caso) se conoce así porque no es verbal (no necesita palabras para tratar y almacenar la información), se desarrolla desde antes del nacimiento (los bebés pueden reconocer la voz de la madre, la música que escucharon durante la gestación,…) y se procesa de manera automática (sin participación de la consciencia); ella utiliza la parte emocional de nuestro cerebro por medio de una estructura que se llama amígdala (que con el hipocampo, la parte pre-frontal del cerebro y el tronco cerebral, son responsables de nuestra gestión emocional). En esta memoria se encuentran nuestros modelos mentales y patrones de conducta (maneras de funcionar que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida), nuestros hábitos, percepciones, memoria corporal y la memoria procedural (procesos que hemos aprendido en algún momento y que luego lo hacemos automáticamente: como montar en bicicleta, conducir, abrocharse un botón,…), los condicionamientos,…etc.  Es una memoria que almacena información sobre todo lo que vivimos, sin que nos demos cuenta, dándole un tono emocional a nuestras vivencias y cuando recuperamos la información  no tenemos la impresión de estar recordando (los recuerdos y las emociones se imponen en la mente y por ende en el cuerpo). Así, puede ocurrir que podamos tener una reacción exagerada ante un estímulo inofensivo (una paloma, perro, oscuridad,…etc.) porque hubo una experiencia impactante anterior que hizo que desarrolláramos un miedo, o incluso, una fobia.

La memoria explícita, es la que es consciente e intencional, se desarrolla en los primeros años de vida y almacena las informaciones en función de la atención que se les presta; allí están los conocimientos que vamos adquiriendo a la largo de la vida (operaciones matemáticas,…) y cuando recuperamos la información tenemos la sensación de recordar.

Nuestro sistema innato de procesamiento
El ser humano tiene un sistema, innato, de procesamiento de la información por el que trata, analiza y almacena los sucesos que le llegan tanto del exterior como de sus propias vivencias, haciendo sus respectivas conexiones con lo que ya conoce y está almacenado en su memoria, a la misma velocidad a la que vamos viviendo.  

Como el cerebro tiene una perspectiva de supervivencia va procesando toda la información de nuestras vivencias, y sí en algún momento vivimos algo traumático (difícil de vivir y recordar), el sistema lo almacena en nuestra memoria implícita sin procesarlo, con todo el contenido emocional del momento, lo que hace que las conexiones que debían hacerse no se hagan y la persona guarde una sensibilidad o desarrolle un síntoma que se activará automáticamente cuando encuentre algún estímulo o hecho menor, que al tener algunos factores comunes con ese recuerdo no procesado, pueda generarle un malestar o incluso algún trastorno psicológico que perturbe su vida.

La Terapia EMDR
EMDR es un tipo de terapia centrado en el paciente, en el que el terapeuta va a estimular los dos hemisferios cerebrales (por movimientos oculares, estimulación táctil o sonora) y los mecanismos naturales de curación de la persona, a fin de que su propio sistema de procesamiento de información se active y reprocese los recuerdos generadores de perturbación, así como los pensamientos, las creencias negativas, las sensaciones y emociones asociados a ese recuerdo; no para olvidarlos, sino para almacenarlos adecuadamente en la memoria, con sus conexiones específicas y despojados de la emotividad perturbadora que le impide de vivir bien.

Este método, inicialmente se desarrolló para el Estrés Post Traumático, actualmente ha alcanzado un desarrollo importante y tiene protocolos específicos para abordar todo un abanico de problemas psicológicos: ataques de pánico, fobias, obsesiones-compulsivas, ansiedad generalizada, trastornos alimentarios, adicciones, duelo, dolor crónico, trastornos de personalidad,…

El EMDR parece muy simple a aplicar, por lo que vemos muchas personas haciendo ensayos como si se tratara de una receta a seguir, por lo que hay que tener cuidado. Es un protocolo bastante complejo y requiere una formación especializada, porque la sesión puede activar un bagaje emocional importante, por lo que es indispensable de estar en manos de un terapeuta con la formación y la experiencia adecuadas. Los terapeutas están certificados por la Asociación de EMDR de cada país. Así en España, es la Asociación Española de EMDR  que garantiza la calidad del trabajo de sus terapeutas.

Para encontrar  un terapeuta certificado en su localidad, puede visitar la web: www.emdr.es.



¿Por qué hay un psicólogo en una clínica dental?

Es una pregunta que hemos escuchado muchas veces, porque aparentemente esas dos profesiones (la psicología clínica y la odontología) no tendrían relación alguna, sin embargo la realidad nos demuestra lo contrario. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 15% de la población general sufre de “odontofobia” o fobia al dentista, un problema probablemente originado por sus experiencias negativas pasadas (de dolor, pérdida de control, pánico,…) durante sus intervenciones dentales.

Las personas “odontofóbicas”, no acuden al dentista con regularidad, lo que pone en riesgo su salud dental y le hace soportar las repercusiones en su salud física (caries, dolores de muelas y de cabeza, problemas estéticos, mal aliento,….) y su salud mental (culpabilidad, baja autoestima, sentimiento de impotencia frente a su ansiedad,…). La persona que sufre este tipo de fobia, siente  un miedo paralizante a la idea de tener que visitar un consultorio dental, lo evita al máximo y si ha decidido de hacerlo,  puede llegar a sentir pánico en el camino hacia el consultorio, dentro del consultorio mismo y/o antes de la intervención del profesional.   En algunas ocasiones, puede abandonar el consultorio dental o anular frecuentemente las citas con diversos pretextos, por no confesar el temor que siente.  

Por otro lado, sin llegar a tener una verdadera odontofobia, existe una buena proporción de adultos que tiene una ansiedad al dentista (expresada como temor, aprehensión,…); a pesar de conocer el avance tecnológico que se ha dado en los últimos años en el sector dental, lo que permite, actualmente, tener intervenciones dentales casi indoloros en las clínicas dentales bien equipadas y con profesionales idóneos. Es por esa razón, que el psicólogo ha ingresado al campo de la odontología, a fin de ayudar a los pacientes con ansiedad importante (o con verdaderas fobias) a retomar el control de sus emociones y lograr ponerse en condiciones óptimas para las intervenciones dentales que requieren.

Es así que en las clínicas dentales más modernas, como la nuestra, existe un Servicio Psicológico, en el que el paciente ansioso realiza algunas sesiones previas con la Psicóloga-Psicoterapeuta, quien a través de diversas técnicas (control respiratorio, relajación, hipnosis, técnicas cognitivas,…) adaptas a las características de cada paciente, le ayudará a tratar su fobia al dentista, ansiedad,… u otros problemas que le impidan realizar un tratamiento dental y/o lograr su bienestar general. 

La fobia al dentista

La fobia al dentista o odontofobia, es una de las fobias comunes en los adultos (15% de la población lo sufre, según la Organización Mundial de la Salud), probablemente originada por las experiencias negativas de dolor, de pérdida de control y de pánico que tuvieron en el pasado. Las personas “odontofóbicas” no acuden al dentista de manera regular, poniendo en riesgo su salud dental la que puede tener repercusiones en su salud física (caries, dolores de muelas y de cabeza, mal aliento,….) y su salud mental (culpabilidad, sentimiento de impotencia frente a su ansiedad, autoestima baja,…).

La persona que sufre de este tipo de fobia siente  un miedo paralizante a la idea de tener que visitar un consultorio dental, lo evita al máximo y si ha decidido de hacerlo,  puede llegar a sentir pánico en el camino hacia el consultorio, dentro del consultorio mismo y antes de la intervención del profesional.   En muchas ocasiones se ve a pacientes ansiosos abandonar el consultorio dental o anular repetidas veces las citas que tomó con diversos pretextos por no confesar el temor que sienten.  

Al interrogar a los pacientes ansiosos, una gran mayoría reconoce que tiene miedo a sufrir el dolor,  a las agujas, la perforación, la extracción del diente, a la duración del procedimiento; y que cuando  escuchan el ruido de las fresas o sienten el olor particular de las substancias que utiliza el dentista, sienten que su ansiedad y pánico se desencadenan, lo que hace que a veces tiendan a escaparse de la situación y se convenzan de que no pueden controlar su ansiedad. Ansiedad que les perjudica aún más, porque hace que estén tan concentrados en el dolor que su umbral de tolerancia al dolor sea más baja (quiere decir que puedan sentir más rápidamente el dolor) y que incluso cualquier estímulo inofensivo pueda ser interpretado como doloroso e incrementar su malestar.

La odontofobia ha sido siempre una preocupación de los investigadores de la odontología, una especialidad que ha evolucionado mucho en los últimos años, y que ha logrado que todos esos estímulos que tanta huella dejaron en las personas mayores, hayan prácticamente desaparecido. Se han desarrollado técnicas cada vez más eficaces y sofisticadas a fin de proceder a realizar tratamientos de reconstrucción, implantología y demás intervenciones prácticamente sin dolor. Se han eliminado los olores fuertes característicos de antaño, las agujas son cada vez más finas y pequeñas, y en algunas clínicas dentales se han incluido , con éxito, un servicio psicológico con un psicoterapeuta cognitivo conductual , para ayudar a los pacientes ansiosos a controlar su ansiedad con algunas sesiones previas al tratamiento dental. Asimismo, se están dedicando a construir la confianza en los niños con diversas estrategias preventivas e intervenciones sin dolor, a fin de evitar que puedan desarrollar la ansiedad  de los mayores.

La timidez: cuando la mirada del otro nos genera temor…

Todos recordamos haber tenido alguna vez a un amigo, conocido o tal vez incluso haber sufrido personalmente  de ansiedad social (lo que en el lenguaje común se conoce como timidez), un problema que hace  temer la mirada del otro y la posible evaluación que comporta esa mirada,  por lo que la persona que lo sufre evita las  reuniones sociales o participa en ellas con mucho malestar (sonrojándose, tartamudeando,…). A veces lo hace consumiendo alcohol o algunas drogas para relajarse un poco y poder afrontar esas situaciones, lo que le hace caer en problemas de dependencia a esas substancias, generándole trastornos aún más graves.

La ansiedad social  se la encuentra en diferentes intensidades (desde una ansiedad leve que genera cierto malestar en las reuniones sociales,  hasta una fobia social que perturba completamente el funcionamiento general de la persona). Comienza generalmente en la adolescencia, aunque hay casos que se presentan también en la infancia (afectando tanto a hombres como a mujeres) y parece estar vinculada al tipo de educación que ha recibido la persona, muy cerrada (centrada solo en su familia, sin frecuentar otras personas), con padres sobreprotectores (que  le hacían todo e incluso hablaban por ella)  y pocas oportunidades de intercambios sociales (no han dado la ocasión de aprender a tener relaciones sociales adecuadas).

Las personas con fobia social se muestran muy ansiosas en situaciones sociales cotidianas. Tienen un miedo intenso, persistente y crónico de ser vigiladas y juzgadas por otros, y de hacer cosas que las hagan sentirse avergonzadas. Ellas pueden preocuparse durante días o semanas antes de una situación a la que le temen. Este miedo puede volverse tan intenso que interfiere con el trabajo y otras actividades cotidianas, y puede dificultar el hecho de conseguir y conservar amigos.

La fobia social puede estar limitada a una situación (como hablar con personas, comer o beber o escribir delante de otros) o puede ser tan amplia (como en la fobia social generalizada) que la persona experimenta ansiedad alrededor de casi cualquier persona distinta a los miembros de la familia.

Los miedos más comunes son: asistir a fiestas y otras reuniones sociales; comer, beber y escribir en público; conocer nuevas personas; hablar en público; utilizar los baños públicos,….y los síntomas físicos más comunes: ruborizarse, dificultad para hablar, náuseas, sudoración, temblores,…

El tratamiento más eficaz para este problema es la psicoterapia cognitivo-conductual porque trabaja de manera sistemática no solo recreando en la persona su repertorio de habilidades sociales (saber que hacer, qué decir, como y cuando decir,…), sino también utilizando técnicas diversas para ayudarle a controlar su ansiedad y gestionar de manera adecuada sus pensamientos y otros factores psicológicos que están vinculados y que mantienen ese problema. 

El Trastorno de la Imagen Corporal

Hoy que asistimos  a un escándalo internacional ocasionado por la mala calidad de implantes mamarios (ver publicación anterior en este mismo blog) y que actualmente es objeto de procesos judiciales en Francia (país de origen de la empresa que fabricó y comercializó las prótesis PIP) provocando la toma de consciencia de los gobiernos de los diferentes países, creo pertinente hablar de lo que hay detrás de muchos de los casos que han llevado a las mujeres a realizar esas operaciones estéticas. Cabe señalar que esto no se aplica a todas las mujeres que recurrieron a este tipo de cirugía.

La imagen del cuerpo es una representación mental  de nosotros mismos que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida, y se refiere a cómo percibimos, nosotros mismos, nuestro cuerpo o nuestra apariencia.  Esta representación mental, comprende tanto un esquema corporal perceptivo (que vemos) como un conjunto de emociones, pensamientos y conductas que se han asociado.

Existe un trastorno de esa imagen corporal, que clínicamente se conoce como Trastorno Dismórfico Corporal (TDC, según el DSM-IV) y consiste en una preocupación excesiva y fuera de lo normal por algún defecto percibido (real o imaginario) en las características físicas (imagen corporal). Si el defecto existe, la preocupación y ansiedad experimentada por la persona con TDC es excesiva, ya que lo percibe de un modo exagerado.

La persona puede quejarse de uno o varios defectos; de algunas características vagas, o de su aspecto en general, causándole un malestar psicológico significativo que deteriora su desempeño social o laboral, hasta el punto de manifestar síntomas ansioso-depresivos severos (en algunos casos depresión con riesgo suicidario), el desarrollo de otros trastornos de ansiedad (obsesiones compulsivas, ansiedad social, fobia social,…) aislamiento y exclusión social. Aunque el TDR se encuentra frecuentemente relacionado a los trastornos alimentarios (anorexia y boulimia,…).

El inicio de los síntomas generalmente ocurre en la adolescencia o en la edad adulta temprana, donde comienzan la mayoría de críticas personales relacionadas con la imagen corporal y va disminuyendo con la edad, aunque en muchas ocasiones puede persistir en la edad adulta. Afecta por igual a hombres y mujeres.

La autoestima baja es una característica común de las personas con TDC, ya que centran su valor como personas en la percepción de su apariencia. Es más común entre jóvenes de clases media y alta, con pocos o ningún defecto físico; y que influenciados por los medios de comunicación y los altos estándares de belleza actual, empiezan a tener una percepción errónea o exagerada de defectos físicos imperceptibles o imaginarios.

Las principales obsesiones se centran en:  la piel, el rostro, genitales, arrugas, dientes, pecho, nalgas, cicatrices, asimetría facial, pelo, vello facial, labios, nariz, ojos, muslos, piernas, abdomen, orejas, barbilla,… Los hombres se preocupan generalmente de los genitales, mientras que las mujeres suelen preocuparse más con su cara, pelo y pecho. El defecto existe en los ojos del que sufre de TDC y no entiende por qué su entorno cercano no pueda ver el defecto que percibe y que persistan en discutirle y a pesar de todos los argumentos que le presenten, dará validez solamente a lo que el percibe.

En muchos de los pacientes con TDC, se encuentran cirugías estéticas y tratamientos dermatológicos a repetición,  que tienden más a aumentar la insatisfacción con su imagen corporal, como  es el caso de la rinoplastia, que tiende a resultar aún más insatisfactoria.  
Cuando se tienen familiares y/o amigos con este problema, lo primero que hay que hacer es convencerles de hacer una psicoterapia cognitivo-conductual, que es la que ha demostrado ser eficaz, según muchas investigaciones. 
 
 
 

Cuando el autoestima nos genera problemas


El autoestima, es la imagen (o el concepto) que tenemos  de nosotros mismos y de nuestro valor (comprende todos los pensamientos, sentimientos, sensaciones,…) que hemos ido formando a lo largo de toda nuestra vida en base a los mensajes positivos o negativos que hemos recibido de nuestro entorno (familia, amigos,… etc.) y las experiencias (exitosas o fracasos) que hemos vivido, y que hemos integrado progresivamente en un sentimiento positivo hacia nosotros mismos (nos sentimos inteligentes y atractivos,…) o, por el contrario, en un incómodo sentimiento de no ser lo que esperábamos (nos sentimos poco inteligentes y no atractivos,…).

Un adecuado nivel de autoestima es la base de una buena salud mental y del bienestar de la persona. Un autoestima elevada hace que se maneje mejor las situaciones de estrés que se puedan experimentar, que se tengan menos emociones negativas (cólera, agresividad, tristeza,…), que se desarrollen menos problemas psicosomáticos y menos depresión que cuando se tiene el autoestima baja.

Las personas con autoestima baja se muestran indecisas, con dificultades a tomar decisiones por temor a equivocarse, por lo que dependen de otras personas para la realización de muchas de sus tareas o la toma de decisiones. No valoran sus capacidades, juzgan sus habilidades como pequeñas, y magnifican la de los otros. Son ansiosos y nerviosos, lo que los hace evitar situaciones  en las que tienen que hablar o confrontarse con otras personas. Se dan por vencidas antes de empezar cualquier actividad. No identifican bien sus emociones y no pueden expresarlas. Experimentan una sensación de derrota cuando son criticados o se equivocan, por lo que les cuesta reconocerlo. Son propensos a culpabilizarse por cualquier error o a buscar culpables,… entre otras características que podríamos mencionar.

Muchas son las personas que tienen un nivel bajo de autoestima y viven con un sufrimiento latente en todas sus actividades sin llegar a resolverlos. En nuestra consulta psicológica, encontramos con frecuencia un nivel bajo de autoestima a la base de numerosos problemas psicológicos de ansiedad (fobia social o timidez, otras fobias, obsesiones,….), depresión, trastornos alimentarios (boulimia, anorexia,…) , trastornos de imagen corporal (en personas que recurren a numerosas intervenciones de cirugía estética de nariz, pechos,…) adicciones (alcohol, drogas,…), problemas de pareja (conflictos, problemas de comunicación,…) y sexuales,…etc.

Operar cambios en el autoestima es posible. Cuando el problema es leve algunas recomendaciones  son suficientes para mejorar, pero si es un poco más serio, es mejor buscar un apoyo profesional (Psicólogo-Psicoterapeuta) que con toda una serie de técnicas de probada eficacia puedan ayudarle a resolver el problema y emprender su vida con nuevas perspectivas.

Van algunas pautas simples para mejorar el autoestima:

Conviértete en el mejor amig@ de ti mism@, y acéptate como persona, tal como eres, con tus cualidades y tus defectos. Así como se le quiere y acepta al mejor amigo.

Dedícale más tiempo y atención a las actividades que te procuran placer, a ti, no a los demás!.

Desarrolla el sentido del humor, no des importancia a las cosas que no la tienen ni a los comentarios de los demás. Piensa que frente a todo lo que hacemos, siempre habrá 50% de gente que está a favor y 50% en contra, acostúmbrate a vivir con ello. Es una realidad a la que todos tenemos que adaptarnos.

Permítete el error. Asume las responsabilidades y toma las decisiones que requieras, si algo sale mal, no se acaba el mundo!. Eso nos ocurre a todos. Solo trata de sacar las lecciones que te permitirán hacerlo mejor y vuélvelo a intentar,… una y otra vez si es necesario!.

Reconoce tus logros y prémiate por ellos, así sean pequeños, poco a poco avanzarás hacia tus metas y te irás sintiendo mejor. 
 
 

Comprender la depresión.

Al finalizar el año, la mayoría de personas está programando sus reuniones festivas, mientras que otros van confrontándose a su soledad y al dolor de vivir con la depresión, una enfermedad muy común pero grave si no recibe un tratamiento oportuno.

La depresión es un trastorno emocional en el que los sentimientos de tristeza profunda, pérdida, ira, frustración, desesperanza,…  interfieren con la vida cotidiana durante un tiempo prolongado, causándole sufrimiento tanto a la persona que lo padece como a quienes viven con ella, porque es como si estuviera apagada completamente.

La depresión en adolescentes se manifiesta con tristeza, desánimo, pérdida de la autoestima y pérdida de interés por las actividades placenteras habituales. En los niños, con juegos y comportamientos agresivos. En las mujeres, con sentimientos de tristeza, inutilidad, o culpa excesiva y en muchos casos con tentativas de suicidio. En los hombres, con fatiga, irritabilidad, pérdida de interés en las actividades placenteras y problemas de sueño.

En las mujeres la depresión es más común que en los hombres, por la concurrencia de una serie de factores biológicos (hormonales) y psicosociales (ciclos de vida, estrés del trabajo sumado a las responsabilidades del hogar, maltrato,…). Los hombres enfrentan la depresión mayormente recurriendo al alcohol o a las drogas, a un trabajo excesivo y a comportamientos imprudentes o riesgosos.

En los ancianos, los cambios de vida a los que tienen que adaptarse pueden generar o acentuar la depresión, como el hecho de dejar su hogar e irse a vivir a una residencia para la tercera edad, el soportar un dolor crónico, los sentimientos de soledad por la muerte de su conyugue o sus amigos cercanos, la pérdida de su independencia (problemas para movilizarse, cuidar de sí mismo,…), las enfermedades mentales o físicas que puedan tener. 

Veamos los síntomas de la depresión, que no son vividos de la misma manera por todas las personas, pero que en esencia son:
  • Sentimientos persistentes de tristeza, vacío, culpa, pesimismo,
  • Sentimientos de desesperanza,  inutilidad, y/o impotencia,
  • Irritabilidad, agitación o enlentecimiento (al hablar, caminar, actuar,…)
  • Pérdida de interés en las actividades o pasatiempos que antes disfrutaba,
  • Fatiga y falta de energía,
  • Dificultad para concentrarse, pensar, recordar y tomar decisiones,
  • Insomnio, dormir poco o demasiado,
  • Comer excesivamente o perder el apetito (subida o pérdida de peso),
  • Pensamientos suicidas o intentos de suicidio,
  • Dolores y malestares persistentes, dolores de cabeza, cólicos, o problemas digestivos que no se alivian incluso con tratamiento.
La depresión frecuentemente coexiste con otras enfermedades,  como los trastornos de ansiedad (estrés postraumático, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, fobia social y trastorno de ansiedad generalizada), el abuso o la dependencia  (alcohol u otras sustancias) o con enfermedades físicas (cardiaca, derrame cerebral, cáncer, VIH/SIDA, diabetes, Parkinson,…).

¿Cómo puede ayudar a una persona deprimida?,
1.    Ayúdele a buscar un diagnóstico y tratamiento adecuados. Si es posible, pida la cita en su lugar y acompáñela a la consulta.
2.    Converse con ella,  escúchela con atención y paciencia.
3.    Nunca desvalorice  sus sentimientos pero háblele de la realidad y ofrézcale esperanza.
4.  Nunca ignore los comentarios sobre el suicidio y comuníquelos, de inmediato, a los familiares, terapeuta, o médico.
5. Invítela a integrarse progresivamente a diversas actividades agradables, pero sin presionarle.

¿Por qué consultar un psicólogo?

Antiguamente se asociaba tanto el trabajo del psicólogo al abordaje de la locura, que las personas tenían reticencias a consultarlo. El tener que hablar de que “algo raro” le pasaba por la mente generaba vergüenza y la persona demoraba mucho tiempo en consultar (a veces muchos años) haciendo que sus problemas iniciales se ahondaran, en lugar de solucionarlos  antes de que estos pudieran ocasionar daños en su vida.

Hoy, la realidad va cambiando y existe una “normalización” del hecho de asistir a la consulta de un psicólogo, y paradójicamente se está observando una oferta muy numerosa de terapias (formales y no formales) que pueden llevar a confusión, por lo que pienso que una breve explicación sobre algunos detalles ayudaría a ver tener un panorama más claro. Cabe señalar que por la necesidad de tener un lenguaje accesible las nociones técnicas serán reducidas a su mínima expresión.

La primera diferencia que hay que hacer, es entre las dos grandes clases de problemas psicológicos (o trastornos) que pueden afectar a la persona: los de base orgánica (ocasionados por problemas neuroquímicos en el cerebro) y los de base reaccional (que responden a otras causas).  Por un lado, los trastornos de base orgánica (la gama de trastornos con alucinaciones y rupturas con la realidad) son tratados por un psiquiatra (médico especializado en psiquiatría) con una medicación específica que logre estabilizar al paciente y procurarle una vida relativamente normal. 

Por otro lado, están los problemas de base reaccional, que son mucho más numerosos y de intensidades igualmente diversas. Estos son tratados por un psicólogo especializado en psicoterapia, que puede ser de orientaciones teóricas diferentes (Cognitivo-Conductual, Psicoanalítica, Sistémica, Humanista,…...) las que tienen sus peculiaridades e indicaciones propias.  

¿Por qué problemas podemos consultar un psicólogo?

Cuando sentimos que tenemos un problema que perturba nuestra viva (ocasionándonos un cierto malestar) que intentamos resolver y que no lo logramos, entonces recurrimos a un profesional que nos pueda ayudar a resolverlo.

Podemos tener dificultades que sin llegar a ser trastornos, en el sentido estricto de la palabra, nos generen malestar, estas podrían venir de una falta de aprendizajes (no tuvimos la oportunidad de aprender). Nuestros objetivos serian, en este caso, de desarrollo personal;  quiere decir adquirir (o aprender) ciertas habilidades: de comunicación (para enfrentar mejor las relaciones sociales en el trabajo, en la familia,…), de gestión de tiempo, de afrontamiento adecuado a situaciones de estrés,….

Otro tipo de problemas pueden venir de un exceso (o incluso de una desviación) de aprendizajes (por experiencias traumáticas,  porque nos acostumbramos a actuar de una cierta manera, por la educación que recibimos, por el entorno,… etc.) y entonces podríamos tener el objetivo de resolver algunos problemas de: depresión (como trastorno depresivo, o síntomas depresivos en contextos de crisis de vida o duelos), ansiedad (pánico-angustia, fobias, obsesiones, ansiedad generalizada, estrés, estrés post-traumático, hipocondría,…), problemas alimentarios o de imagen corporal (anorexia, boulimia,…), adicciones (ludopatía, alcohol, compras, sexo,…), problemas de pareja (dificultades a gestionar conflictos, celos patológicos, disfunciones sexuales), dolor crónico,….